viernes, 5 de agosto de 2011

VA UN AVÍO CARGADO DE...

 
Manuel Payno, Escritos literarios II. Obras completas XIV,
comp. y notas de Boris Rosen Jélomer, pról. de Miguel Ángel Castro,
México, CONACULTA, 2003, 579 p.



El centenario de la muerte de Manuel Payno (1820-1894) fue el pretexto ideal para pensar en un proyecto tan ambicioso como la edición de las obras completas de este importante autor mexicano del siglo XIX. Así, en 1994, a la par de reuniones académicas y ediciones conmemorativas en las que se congregó el trabajo de literatos, críticos e historiadores, Boris Rosen Jélomer dio inicio a su labor como compilador y anotador de esta colección, que en 2003 llega a su decimocuarto tomo.
Esta tarea se encuentra inserta en una de mayores alcances y que, acogida por diversas instituciones y estudiosos, ha recogido las obras de autores como Guillermo Prieto, José Joaquín Fernández de Lizardi, Vicente Riva Palacio y Manuel Gutiérrez Nájera –por mencionar sólo algunos–, y que ha empezado a dar a conocer a otros como el conde de la Cortina, Luis de la Rosa o Ángel de Campo, cuyos nombres estaban prácticamente en el olvido de los lectores y estudiosos contemporáneos. Muchas de las composiciones de estos y otros hombres que construyeron la literatura mexicana se encuentran aún atrapadas entre las páginas de las publicaciones periódicas que albergan lugares como la Hemeroteca Nacional.
En el caso de Manuel Payno no se puede hablar tan dramáticamente de un olvido: tanto él como su entrañable amigo y cómplice literario, Guillermo Prieto, son dos de los autores más conocidos de los albores de las letras mexicanas. Pero al enfrentarnos con la cantidad de artículos, relatos, poemas, críticas, ensayos y reseñas que han sido rescatados de los polvorientos tomos de El Ateneo Mexicano, la Revista Científica y Literaria de México, el Museo Mexicano o el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística por los constructores de estas Obras completas, resulta indudable lo poco que se había podido leer de Payno sin tener que zambullirse en esos mares de páginas.
En los tomos de las Obras completas que han salido a la luz, encontramos reunidas sus Crónicas de viaje (tomos 1 y 2), Crónicas de teatro y crónica nacional (3), Costumbres mexicanas (4), Panorama de México (5), sus novelas más famosas: El fistol del diablo y Los bandidos de Río Frío (6-7 y 9-10, respectivamente), las Memorias de México y el mundo (8), el Compendio de la historia de México e Historia nacional (12) y sus Escritos literarios (13 y 14).
En todos ellos podemos encontrar al Payno conocedor de la política, la economía y la historia tanto mexicana como internacional, interesado en la educación y moralización de sus compatriotas, pero sobre todo moderado tanto en sus acciones y como en sus decires. Esa moderación, cabe mencionar, le valió la crítica y el rechazo de muchos de sus compañeros que abrazaron la causa liberal a capa y espada y que no fueron capaces, como él, de transigir y colaborar con los de ideas distintas. Este carácter conciliador, claro en sus crónicas y ensayos, puede encontrarse también en sus composiciones poéticas, en las que combinó los temas y las formas del clasicismo y el romanticismo.
En la primera de las seis partes en que está dividido Escritos literarios II, decimocuarto tomo de la colección, se encuentran reunidos los Cuentos, relatos y leyendas publicados por Payno entre 1843 y 1851, es decir, en sus tempranos veintes. En uno de ellos, el autor deja ver esa inagotable curiosidad y sed por conocer y contar historias que le caracterizó toda la vida:
–Tengo que contarle a usted una tradición.
–Es de usted la palabra –le respondí–; precisamente si los botánicos andan a caza de yerbas y los mineros de vetas, yo me salgo de misa por oír una tradición.

Estas tradiciones reunidas por Payno nos hablan de los amores trágicos de un doctor, una esposa enloquecida y una pareja separada; aventuras llenas de mineros creyentes, monjas y demonios; y algunas historias ocurridas en los salvajes tiempos de la conquista, extraídas de la Biblia o imaginadas en una mágica Persia. Destaca la “Narración de un desbarrancado en la catarata del Niágara” que, si bien el autor mismo aclara es una imitación de la obra de J. Janio, pudo ser inspirada por la visita que realizaría años después (1846) a esta maravilla natural y que cuenta con gran impresión en la primera parte de sus Crónicas de viaje.
La estrechez de la segunda parte del volumen, dedicada a la poesía payniana refleja el escaso volumen de la producción lírica del autor. A decir de Miguel Ángel Castro, prologuista de este volumen, parafraseando a Luis Mario Schneider, no puede considerarse a Payno poeta, pero la lectura de sus versos es recomendable para completar su biografía intelectual y tornear la sustancia de su humanismo. Aunque en su mayoría tratan del amor, la soledad y la naturaleza, en sus composiciones aparece otros temas: la política en “Poesía satírica” y la patria en “Letrilla”. En la primera, al son de “Tilín, tilín/ talán, talán;/ que viva, viva/ la libertad”, nos habla de la ligereza con que tomaban sus obligaciones los militares, de la falsa moral que prevalecía entre muchos y retrata el estado de las relaciones internacionales de México entonces:
Todo así, anuncia/ delicia y paz,/ Francia nos mata/ con su amistad./ La Gran Bretaña/ nos quiere más,/ nos quiere solos…/ sin un telar./ Amor de hermanos,/ Cuánta bondad/ ¡amor! La España,/ si no es capaz/ pero cuidado,/ que es la mamá./ Mucho respeto,/ sólo escuchar./ Que si a una vieja,/ se impide hablar,/ es darle un vaso/ de solimán./ ¿Y los vecinos?/ ¡Qué vecindad!/ Si nos adoran/ los de ultramar.

En la sección que reúne a los Estudios morales de Manuel Payno destaca el tratamiento que éste da al tema de la mujer y el matrimonio, mismo que se asoma en sus crónicas de costumbres y otros escritos, y que deambula entre la comicidad de la sátira y la seriedad de la reconvención. Tras lanzarse contra las mujeres apologistas del “solterismo”, al que considera cáncer de las costumbres y gangrena de la población, dedica sus “Memorias sobre el matrimonio. (Fragmentos de una obra inédita)” a aconsejar a las esposas para hacer duradero el amor de sus maridos. Según el diagnóstico de Manuelito –como lo llamaban en los círculos sociales de su juventud–, en el matrimonio se pasaba del amor frenético del primer año a la indiferencia completa del sexto, para terminar en el undécimo cuando: “A la mejor de espadas viene la muerte y se lleva a la mujer; el marido llora con los ojos y se alegra con el corazón; el cura gana 30 o más pesos”. Para evitar o al menos retardar este proceso, el autor se mete hasta el tocador de las damas para sugerir la limpieza bucal, hacer el panegírico del “pie pequeño” y hablar del buen vestir y calzar; sigue con el aseo y gobierno de la casa, respecto al que ningún cuidado parece excesivo si con este se ahorra un mal momento al marido; trata los entretenimientos domésticos, donde destaca las bondades de la lectura, si se hace en forma cuidadosa: “Hay mujeres que les causa hastío sólo el ver un libro –esto es malo. Hay otras que devoran cuanta novela y papelucho cae a sus manos –esto es peor”; y finalmente, aborda las bondades y los peligros de la coquetería, según su tipo.
En otros de sus Estudios morales, Payno critica las costumbres sociales de la época, tales como el desprecio que se hace de las mujeres virtuosas… pero feas, o la indefensión de muchas niñas y jóvenes que tomarán el mal camino al carecer de una guía efectiva que no les permita caer en las trampas del materialismo imperante. El “Entretenimiento literario sobre el amor, que dará mucho que reír a los hombres serios, que criticar a los literatos y que pensar a los enamorados” sobresale por haber sido publicado en El Ateneo Mexicano, órgano de difusión de la asociación homónima, en el que aparecían impresos los discursos dados en su seno. Payno estaba conciente de que su texto descollaría entre las memorias sobre la industria, los estudios de reformas penales y los ensayos en torno a los reinos de la naturaleza, y sobre el punto dice:
¿Un discurso de amor en el Ateneo? ¿Un discurso de amor arrojado al seno de una respetable corporación donde se hallan reunidos los mejores talentos de la República? Confieso, señores, que esto puede dar materia para reír, y a no ser porque el amor es un asunto que entra en el campo vastísimo que llamamos amena literatura, jamás me habría atrevido a tratar una materia, que aunque importante, ha sido tocada de diversos modos desde los tiempos más remotos e inmemoriales: ¡qué digo!, desde que el hombre fue colocado en este triste valle de miserias.

El encanto de estos textos, como bien apunta Miguel Ángel Castro, radica en que “combinan el romanticismo del poeta con el buen humor del escritor de costumbres y, he aquí lo valioso, constituyen un testimonio del espíritu de su tiempo”.
Sus Ensayos y artículos tratan en su mayoría temas religiosos o inspirados por la naturaleza, aunque destaca uno de crítica de arte en el que analiza “La estrella de la mañana”, cuadro original del pintor mexicano Juan Cordero. Otros están dedicados a la historia y por ellos desfilan, convertido en personajes de novela romántica, Iturbide, Mina, Allende, Hidalgo y Guerrero, a la par de que describen el paisaje guanajuatense con el pretexto de hablar de Granaditas o retratan “La noche del 15 de septiembre en Dolores”. Otros más toman como pie para el ejercicio de la pluma al miedo, del que nos dice es uno de los atractivos de las mujeres y cuenta que “conocí a una señora cuyo esposo no usaba jamás para ella de otro purgante durante la guerra de la independencia, que de estas palabras: ‘¡Que vienen los franceses!’”; también habla del uso inmoderado de los adjetivos por los “señores escritores”, de la risa, la educación maternal y los ingleses y sus costumbres. En este último texto, nos cuenta del inglés que, al final de los muchos viajes que emprende,
entra a México; pero nada ve, porque su objeto es conocer a las mujeres de Guadalajara. Prosigue, pues, su camino y llega al término de su viaje; pero disgustado de no encontrar en las calles más que mujeres con pies grandes y algunos descalzos, regresa en el mismo día y no para hasta Inglaterra.

La penúltima parte del volumen está dedicada a los Prólogos que escribió para las Obras poéticas de Fernando Calderón, el segundo tomo de 1870 del Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (asociación a la que pertenecía) y al Álbum de corazón de A. Plaza, “poeta desgraciado, pero no desconocido ni en la República de las Letras ni en las luchas de la República liberal y federativa”. Finalmente, se encuentran los textos reunidos como Revisión de obras, en los cuales analiza conjuntos de textos como una colección de “Cantos populares del Norte” de Europa, traída a México por el señor Thivol, editor del Correo Francés; Los cantos del trovador de José Zorrilla; Los misterios de París y el Viaje a España de Eugenio Sué y Alejandro Dumas, respectivamente; Querétaro, texto escrito por Alberto Hans, oficial extranjero a las órdenes del archiduque; Historia de los Estados Unidos de Eduardo Laboulaye, traducida y aumentada por Manuel Dublán, y termina con el “ensayo social” de Bernabé Bravo, A muerte.
La diversidad de intereses, formas y temáticas de la obra payniana corresponde al espíritu del México de su tiempo, en el que los hombres de letras sentían la responsabilidad de crear una literatura a la par de una patria. La necesidad los llevó del servicio público a la política, de la academia al periodismo, y esta multitud de ocupaciones parecía reflejarse en el uso de seudónimos, costumbre casi generalizada entre los literatos. En el caso de Payno, sus preferidos fueron El Bibliotecario y Yo, del que explica su origen en una conversación sostenida con el ómnibus de Tacubaya en uno de sus artículos sobre Costumbres mexicanas:
–Te diré, mi elocuente ómnibus. Cuando me bautizaron me pusieron Perico o Juan, no me acuerdo; pero después registré ávidamente el calendario, al mismo tiempo que mi conciencia, y hallé que era un ente con mis caprichos, mis opiniones, mi soberbia, mi amor, mis defectos; y como no he tenido la vanidad de elogiarme yo mismo, ni de creerme superior a los demás, me resolví a llamarme Yo.


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Publicado originalmente en: La Crónica Cultural, no. 34 (22 nov. 2003), pp. 14-15.

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