Leticia Mayer Celis, La tan buscada modernidad científica:
Boletín del Instituto Nacional de Geografía y Estadística de 1839,
México, UNAM, 2003, 113 p.
Es hasta ahora, más de siglo y medio después de su aparición, que la versión original del primer número del Boletín del Instituto Nacional de Geografía y Estadística sale de nuevo a la luz, en una edición facsimilar. La responsable, Leticia Mayer, entrega esta publicación como resultado de su recorrido por los caminos de la antropología y la historia cultural, con los que ha llegado con bien a los territorios de la ciencia decimonónica en México, a sus instituciones y a sus hacedores.
El primer tramo en este recorrido lo hizo con Entre el infierno de una realidad y el cielo de un imaginario. Estadística y comunidad científica en el México de la primera mitad del siglo XIX, trabajo en el que aborda la estadística como texto cultural, esto es, como forma de pensar al mundo a partir de los datos, pero sobre todo, caracterizando desde esta perspectiva a la comunidad científica decimonónica, tanto la que laboraba de forma independiente como la que se agrupaba en distintas asociaciones. Entre estas últimas destaca al Instituto Nacional de Geografía y Estadística, luego bautizado como Comisión de Estadística Militar y, finalmente, como Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, nombre con el que sobrevive a la fecha.
El Instituto Nacional de Geografía y Estadística fue fundado el 18 de abril de 1833 en la Ciudad de México, con el fin de apoyar al gobierno de la recién nacida patria en la tarea de conocer cuantitativa y cualitativamente a su territorio, sus recursos naturales y sus habitantes. Una tarea obligada que, según los parámetros científicos de la época, ajenos al relativismo y cercanos al determinismo, lograría otorgar cierta unidad y validez social al país en ciernes.
Cuarto de su tipo en el mundo y el primero en América, el Instituto nació debido al interés de un grupo de hombres ilustrados, de aquellos que transitaban entre los mundos de la cultura, el gobierno y la economía nacionales, y una serie de reformas en las políticas educativas y culturales llevadas a cabo por el gobierno del vicepresidente Valentín Gómez Farías.
Una de las tareas que el Instituto se impuso desde su creación fue sacar a la luz un órgano oficial, en el que se hicieran públicos los resultados de sus investigaciones. Con esto parecían querer refrendar la urgente necesidad de validar y hacer trascender sus actividades, en medio de un universo que resultaba, sobre todo, efímero. La inestabilidad política en la que vivía sumido el país ocasionó la interrupción de las actividades del Instituto y la postergación de este importante proyecto hasta finales de 1838, cuando varios de sus miembros presentaron los materiales que compondrían el primer número de su Boletín: una “Introducción”, no firmada pero atribuida a José Gómez de la Cortina, fundador del Instituto y su primer presidente; “Población”, artículo escrito por el mismo y considerado el primero de estadística moderna publicado en México; “Resultados del reconocimiento hecho en el istmo de Tehuantepec de orden del supremo gobierno”, escrito por Juan Orbegozo, otro miembro fundador, y la minuta de aquella reunión, celebrada el 26 de octubre de 1838.
El número planeado no vio la luz sino hasta marzo del siguiente año, pues un día después de celebrada la mencionada reunión estalló la “Guerra de los Pasteles”, conflicto que enfrentó a México con Francia por varios meses. Pero la espera valdría la pena: el boletín, publicado finalmente en 1839, tuvo tan buena acogida por parte del público y de la crítica que se agotó al poco tiempo. Al parecer, los miembros del Instituto Nacional no eran los únicos a los que les urgía tener un referente sólido y científico. Aunque la decisión de reeditar este primer número fue temprana, esta intención no fue saciada sino hasta 1850. La nueva versión sufrió varios cambios en la ortografía y contenido originales, mismos que fueron reproducidos cuando se publicó en 1861, junto al resto de los números que compusieron el primer tomo del Boletín, así como en el facsimilar que editó la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1980. Como se mencionó anteriormente, la edición que ahora nos ocupa se remite a la versión publicada en 1839. La “Introducción” es ante todo una justificación de la existencia del Instituto: inmerso en un país que parecía caótico y donde el cultivo de la ciencia y de las bellas letras parecía lo menos prioritario, cuando no ridículo, un grupo de hombres de bien proponían la creación de instituciones de este tipo como el único medio para llegar a la civilización y la ilustración. El país lo agradecería, Europa lo reconocería y la historia lo recordaría:
El establecimiento del Instituto de Geografía y Estadística en la República Mexicana, es un suceso más importante de lo que parece, pues la historia se verá obligada a presentarlo en sus páginas como una prueba eterna y evidente de que nuestra nación sabía ya en el siglo XIX, época de su infancia política, seguir las huellas de las naciones más ilustradas de Europa, en el camino de la civilización, de la cultura, de la conveniencia y de la perfección social.
Esta infancia política sería sustituida por la madurez que daría el progreso, hijo de las ciencias utilitarias. Los errores iniciales, en la versión conciliadora de la historia que tenían los miembros del Instituto, serían remontados gracias a que detrás de ellos había ignorancia y no mala fe o incapacidad:
Los errores de las diferentes administraciones que se han sucedido entre nosotros desde nuestra independencia hasta el día de hoy, no deben atribuirse tanto a la incapacidad de las personas que las han desempeñado, cuanto a la ignorancia en que todas se han hallado de la verdadera naturaleza del país, de los recursos que podían haberse proporcionado en las diversas situaciones en que éste se ha visto, y en fin, de los medios que tenían en sus manos para satisfacer las necesidades reales, ya sean dentro, ya fuera del mismo país [...] En el profundo caos de perplejidad e incertidumbre en que se han hallado no han podido proporcionarse otra guía que los estímulos de su propia conciencia, de sus deseos patrióticos, o tal vez, el ejemplo de lo que otros hicieron, o la aplicación amesgada de una teoría nueva, y he aquí el principal origen de la mayor parte de esas medidas administrativas inciertas, o expresamente nocivas, y de esas leyes precipitadas y defectuosas de que tan vivamente y con tanta justicia nos quejamos.
El primer y más importante paso para tener un buen gobierno y una legislación justa era estudiar a la población, el recurso más valioso de la patria, tanto sus aspectos físicos como morales. A este objeto se dedica justamente el primer artículo del boletín. En “Población”, José Gómez de la Cortina hace un examen crítico de los distintos censos que habían calculado el número de habitantes del territorio nacional desde antes de que fuera independiente. Enseguida aborda diversas cuestiones con una perspectiva determinista: la relación de la tasa natal con el clima de cada región, según la cual a mayor temperatura, mayor número de nacimientos; el predominio genérico según la latitud, por el que se encuentra más mujeres que hombres según se vaya acercando al Ecuador; y el ritmo de crecimiento poblacional, claramente mayor en el continente americano que en el europeo.
La parte más valiosa del texto, según Mayer, es la dedicada a la estadística moral, es decir, la que estudia el comportamiento de la población, sobre todo la que está fuera de la norma: criminales, prostitutas y suicidas caben en esta clasificación. En ella Cortina se guía por la idea de que se puede controlar y mejorar a un grupo de la población atípico mediante el recuento y clasificación del mismo. Como resultado de su estudio encuentra que la población nacional estaba muy cercana a la perfección y concluye orgulloso que la tasa de criminalidad en la capital era inferior a la de París, considerado como el centro de la civilización en Occidente:
La población de la Ciudad de México, apenas más de tres veces menor que la de París, produce un número de delincuentes más de treinta veces menor que el que produce la de la capital de Francia.
El mexicano resultaba claramente excepcional. No sólo había poca criminalidad, sino que la mayoría de los delitos eran cometidos por necesidad, no por maldad, y, al ser perpetrados por varones solteros de entre 25 y 40 años, serían fácilmente erradicados, “pues que entre nosotros el matrimonio endulza más las costumbres, o enfrena más las pasiones”.
El resto de los crímenes estudiados por Cortina arrojaron resultados muy parecidos: la prostitución, el envenenamiento, los asesinatos pagados, el asesinato con premeditación y el sacrilegio eran poco comunes, mientras que el suicidio era prácticamente desconocido. Al menos eso reflejaban los cálculos de Cortina, quien extrajo los datos en los que basó sus cálculos directamente de los registros que llevó como gobernador del Distrito Federal, cargo que ocupó entre octubre de 1835 y octubre de 1836. Sin embargo, aunque los datos que utilizó son verdaderos, las premisas de las que partió eran falsas, por lo que llegó a resultados que podrían parecer ingenuos. En opinión de Mayer, más que candidez, los cálculos de Cortina reflejan una idea del México que se quería, del que se esperaba estar construyendo:
Gómez de la Cortina, al patentizar las bondades del pueblo mexicano, lo que quería era salvarlo; demostrarle al mundo, en forma absolutamente científica, que México no sólo contaba con los mejores recursos materiales, como lo había demostrado Humboldt, sino que además su población se acercaba a la perfección moral […] Lo que a primera vista parecía una ingenuidad del autor, plasmada en su documento, analizado éste en el contexto científico del siglo XIX vemos que en verdad respondía a una idea determinista de su época: el azar no podía existir, pues la naturaleza imponía leyes a la sociedad al igual que las leyes físicas de la naturaleza, por lo tanto tenía que haber alguna constante que hacía que el pueblo de México fuera bueno en esencia. La estadística, en estos términos, respondió a la creación del imaginario nacional.
El mexicano que se buscaba en las tablas estadísticas era el mismo al que dirigían sus esfuerzos los hombres de luces que crearon las primeras instituciones científicas y culturales del México independiente. El optimismo del estadístico era simultáneo al del periodista, el geólogo, el poeta y el botánico con los que compartía las tardes de tertulia.
El otro artículo que incluye el boletín es “Resultados del reconocimiento hecho en el istmo de Tehuantepec de orden del supremo gobierno”, escrito por Juan Orbegozo, otro de los miembros fundadores del Instituto Nacional de Geografía y Estadística. En este texto, de corte meramente geográfico, se hace un análisis de los costos y los beneficios que traería consigo la construcción de una vía de comunicación que atravesara por Tehuantepec. Los estudiosos no han reparado demasiado en este texto, tal vez por su finalidad meramente práctica, pues estaba dirigido a ayudar al gobierno en su toma de decisiones, o porque carecía de la pluma y de los sueños de perfección científica del de Cortina.
El boletín cierra con la reproducción de la minuta de la primera sesión de la Junta Menor del Instituto, celebrada el 26 de octubre de 1838. Esta reunión reflejaba claramente la realidad de la institución y la del cultivo de la ciencia y la cultura en general: un grupo de hombres llenos de conocimientos, pero sobre todo de buenas intenciones, discutían cómo ayudar a la creación de una nueva nación, mientras se encontraban reunidos en la casa particular de uno de ellos porque carecían de un local propio, y planeaban la publicación de un boletín que no vería la luz sino mucho después, un boletín que fuera atalaya de la perfección científica en un país donde la imperfección era la única regla general.
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Publicado originalmente en: La Crónica Cultural, no. 54 (10 abr. 2004), pp. 14-15.
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