viernes, 5 de agosto de 2011

LA CALLE DE DON JUAN MANUEL





La Ciudad de México, con sus rincones, vialidades y edificios, ha sido desde sus orígenes y hasta la fecha una fuente inagotable de historias y leyendas. Muchas de ellas se encuentran inmortalizadas en la literatura nacional. Este es el caso de la leyenda que dio nombre a la calle de Don Juan Manuel, antes calle Nueva, ahora República de Uruguay, ubicada en el Centro Histórico.
El primero en rescatar la leyenda de Don Juan Manuel de Solórzano fue José Justo Gómez de la Cortina (1799-1860), mejor conocido como el conde de la Cortina. En “La calle de Don Juan Manuel, anécdota histórica del siglo XVII”[1], el autor narra la aventura de un hombre (él mismo) que intenta conocer la verdad que subyace en la leyenda que le contó su peluquero. Según la historia popular, Don Juan Manuel era un español avecindado en la capital de Nueva España que se hizo de nombre, riqueza y enemigos, y que se convirtió en un sangriento y misterioso criminal debido a los celos que le infundaba su bella esposa, además de los fatales consejos que le da el demonio. en persona Como consecuencia de sus crímenes, muere en la horca por obra y gracia de un grupo de ángeles.
El narrador, no contento con esta versión de los hechos, inicia una investigación que le conduce al análisis de un viejo manuscrito proporcionado por un amigo suyo. Sus pesquisas lo llevan a la conclusión de que la muerte del atormentado Don Juan Manuel se debió a una intriga política y a las envidias que despertó por ser uno de los favoritos del virrey Cadereita, más que a las furias celestiales.
Esta composición del conde de la Cortina, tercera novela corta escrita en México, ha sido ampliamente comentada por los estudiosos de las letras mexicanas. Éstos la consideran una de las primeras en este país en las que se mezcló lo legendario y lo histórico, además de que demostró “que las calles de la Ciudad de México atesoraban historias y leyendas de gran valor narrativo”.[2]
Esta misma idea inspiró posteriormente a otros literatos, quienes tomaron esta historia para hacer sus propias versiones. El primero que lo hizo fue Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), quien dramatizó la historia de Don Juan Manuel en “El privado del virrey”,[3] obra que fue estrenada en el Teatro Principal en abril de 1842. Basándose en la “parte histórica” del texto de Cortina, Rodríguez Galván hace hincapié en el tragedia que viven Don Juan Manuel y su mujer, la cuál es aprovechada por sus enemigos que procuran sus propios intereses políticos. Estos mismos verdugos, para despistar al vulgo, terminan inventando la leyenda que sobrevivió a los hechos, con lo que el autor da un giro bastante original a su producción.
A este drama siguieron las composiciones de Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, ambas tituladas “Don Juan Manuel”. La primera es una de las narraciones reunidas bajo el título de El libro rojo, realizada por ambos autores y que vio la luz en 1870.[4] En ella Payno, tras describir el aspecto que tenía la calle en sus tiempos, narra la leyenda que --según cuenta-- tanto le impresionó por haberla oído “en la edad de las ilusiones y del mundo ideal de fantasmas, de espectros y de apariciones”. Repuesto del susto, cuenta cómo sus dudas fueron disipadas por la muy recurrida “parte histórica” del relato del conde de la Cortina, la cual reproduce enseguida.
En el “Don Juan Manuel” de Riva Palacio, publicado en forma de verso en 1885,[5] el protagonista y los oscuros ambientes en los que comete sus mortales acciones son descritos al detalle. En esta ocasión, la “verdad” detrás de la leyenda es hecha a un lado, con lo que el autor se da vuelo imaginando el drama en el que vive inmerso el asesino hasta su emotiva confesión, misma que no lo salva de una muerte segura.
“El asesino” de Ireneo Paz resulta la obra más larga y original que se ha escrito sobre Don Juan Manuel.[6] El protagonista es presentado como un héroe romántico que además de bello resulta justo, pues los crímenes que había cometido eran producto de su deseo de vengar a sus padres, muertos a manos de quien buscaba victimar. Quien primero conoce esta verdad es un valiente fraile --también bello, por cierto-- que enfrenta al misterioso asesino, quien le expone su historia tras pedir perdón por sus pecados.
Si bien la historia de Don Juan Manuel figura en varias compilaciones de historias y leyendas de la Ciudad de México (entre las que destacan las de Luis González Obregón), las obras arriba mencionadas tienen la peculiaridad de haber sido escritas por algunos de los más importantes literatos mexicanos del siglo XIX. Éstos encontraron en la ciudad y sus calles un pretexto perfecto para desbordar su imaginación y producir historias que reflejan el espíritu de una época en la que se buscaba crear arte, pero también una nación.


[1] También publicada como “La calle de Don Juan Manuel. Leyenda”, apareció en diversas publicaciones periódicas del siglo XIX y en el Diccionario Universal de Historia y Geografía. La edición más accesible de esta obra se encuentra en Poliantea, compilación de textos del autor hecha y prologada por Manuel Romero de Terreros y editada por primera vez en 1944 por la UNAM.
[2] Óscar Mata, La novela corta mexicana en el siglo XIX, México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 1999, p. 40. (Al siglo XIX ida y regreso)
[3] Drama en cinco jornadas, publicado por primera vez en 1851. Puede consultarse en la edición facsimilar de las obras completas de este autor, prologada por Fernando Tola de Habich y publicada por la UNAM en 1994.
[4] Existen varias ediciones de este texto, por lo cual resulta muy asequible.
[5] Este texto puede encontrarse en el segundo volumen de las Obras de Riva Palacio, colección coordinada por José Ortiz Monasterio, dada a la luz pública en 1996.
[6] Apareció originalmente en Cardos y violetas. Colección de poesías, composiciones dramáticas y sonetos festivos, publicada en 1892 por la imprenta del mismo autor.



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Publicado originalmente en: Asamblea. Órgano de difusión de la Asamblea Legislatura del Distrito Federal, II Legislatura, 3a. época, vol. 1, no. 8 (octubre 2001), pp. 63-64.

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