Cellular (2004), dir. David R. Ellis
Hace ya dos años que Joel Schumacher, el mismo que marcó los ochentas con St. Elmo’s Fire y Lost Boys, y que desmereció con sus dos entregas de Batman, dirigió Phone Booth. Este filme tuvo un considerable éxito gracias a varios factores. En primer lugar, sus dos protagonistas: Collin Farrel, que empezaba a despuntar como nuevo galán hollywoodense (antes de que le bañaran la cabellera con peróxido para personificar a Alejandro Magno), y Kiefer Sutherland, quien recién había renovado su fama gracias a la serie televisiva 24. El segundo y más poderoso gancho de la película fue la originalidad de su trama: en un Nueva York donde la vida marcha con el celular en la mano, el prototipo del neo-yuppie que maneja su vida personal y profesional con una frialdad y prepotencia total (Farrel), contesta una llamada anónima en una de las últimas cabinas telefónicas sobrevivientes, y se enfrenta con su peor pesadilla: una voz que lo conoce a la perfección, que sabe todos sus secretos, y que no lo dejará abandonar la cabina con vida a menos que cambie su forma de ser o, como dijera Carlos Santana, sus evil ways.
El autor de esta angustiante historia es Larry Cohen. Este neoyorkino, mientras trataba de colocar su guión con alguna compañía productora, ya tenía en marcha su siguiente proyecto que, a decir suyo, sería todo lo contrario del anterior. Si en Phone Booth el eje de la historia había sido la incapacidad del protagonista para moverse de un lugar muy reducido, ahora el desplazamiento en un área tan grande como la caótica ciudad de Los Ángeles sería el motor de la aventura. Si antes un hombre atendía una llamada en un teléfono público aparentemente por casualidad, pero con eso ponía en marcha un plan ajeno para darle la peor lección de su vida, ahora otro hombre contestaría una llamada recibida por su teléfono celular de una manera totalmente azarosa y que, de formas inimaginables, cambiaría su manera de enfrentarse a la vida.
Esta es básicamente la trama de Cellular, dirigida por David R. Ellis y con la que Cohen una vez más se sale con la suya gracias a una historia que, por más extraña que parezca, termina atrapando a los espectadores. En esta ocasión, los protagonistas son Kim Basinger, bastante más madurita y lejana a su premiada actuación en L.A. Confidential (1997), y el prácticamente novato Chris Evans, quien había participado ya en varias series televisivas y en filmes como Not Another Teen Movie (2001), y a quien veremos próximamente como la Antorcha Humana en Los 4 Fantásticos.
Basinger personifica a una maestra de biología que ve trastornado un día más de su suburbana vida al ser raptada por un grupo de desconocidos, encabezados por el actor inglés Jason Statham, chico duro de las películas de Guy Ritchie (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1999, y Snatch, 2001). Atrapada en un ático y receptora de tremenda golpiza que hace palidecer el bofetón que le aplican en la ya mencionada L.A. Confidential, su única posibilidad de escape y contacto con el exterior es un teléfono hecho pedazos. Juntando piezas y cablecitos al más puro estilo de “hágalo usted mismo”, logra enlazar una llamada al azar que es recibida por el teléfono celular de un chico “buena onda” (Evans) en el peor momento posible. El muchacho en cuestión, que sólo trataba cumplir un encargo para quedar bien con su ex novia, pasa de la incredulidad burlona a la solidaridad extrema al irse adentrando en el drama que vive la mujer del otro lado de la línea. Al principio de su aventura, Evans acude a la policía para que se haga cargo del asunto y socorra a la dama en aprietos, pero la ayuda no se concreta (ah, qué raro), y tiene que tratar él mismo de evitar (infructuosamente) que el hijo y el esposo de la Basinger sufran su misma suerte. El único que parece ponerle atención es un policía que, paradójicamente, sólo quiere cumplir tranquilo lo que le queda de servicio, pues está a punto de retirarse y de poner una clínica de belleza (day spa, como él mismo dice) junto con su esposa. Este personaje es encarnado por el genial William H. Macy (el mítico esposo infeliz y loser laboral de Fargo, 1996), que a poco se roba la película con actuación y con el porte que muestra al llevar una mascarilla de aguacate en el rostro en cierto momento de la historia.
Develar más de este thriller lleno de humor, sería robarle la sorpresa a los espectadores, así que sólo me queda invitarles a verla en su cine favorito. Eso sí, por favor apaguen sus celulares.
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Publicado originalmente en: La Crónica Cultural, no. 89 (11 dic. 2004), p. 15.
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