The Manchurian Candidate (2004), dir. Jonathan Demme
Después de la genialidad de El silencio de los inocentes (1991), el pastelazo de Filadelfia (1993) y otras minucias de las cuales no vale la pena hablar, Jonathan Demme regresa a lo grande con The Manchurian Candidate (2004). Entre los muchos atractivos del filme se encuentra su reparto, encabezado por Denzel Washington (quien peca de escoger no siempre los mejores proyectos y esta vez atina), Liev Schreiber, Meryl Streep (genial), Jon Voight y la poco conocida Kimberly Elise. Claro que ni la dirección ni las actuaciones podrían suplir el muy bien armado guión, basado en la novela homónima publicada en 1953 por Richard Condon, autor también de Prizzi’s Honor (El honor de los Prizzi), llevada a la pantalla en 1985 por John Huston y estelarizada por Jack Nicholson y Kathleen Turner.
Esta no es la primera ocasión en que The Manchurian Candidate es llevada al cine. En 1962 John Frankenheimer (de quien recientemente hemos visto Ronin, Reindeer Games y The Hire) filmó también una estupenda película con la misma historia. En aquella ocasión fue protagonizada por Frank Sinatra, Lawrence Harvey, Angela Lansbury y la recientemente fallecida Janet Leigh. Y esta tampoco es la primera vez en que la película levanta ámpula por su fuerte contenido político. En los sesenta, la llaga tocada por la historia de Condon fue la retorcida figura de Richard Nixon, de quien hizo referencia disfrazada constantemente en sus novelas, donde la conspiración y el poder siempre iban de la mano. La relación de la ficción con la realidad no quedó ahí, pues al poco tiempo de que salió la película ocurrió un hecho que bien podría haber sido parte una desquiciada secuela. John F. Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963 y, ante los posibles dolores o dudas que pudieran despertar el hecho enfrentado al filme, la distribución de The Manchurian Candidate fue detenida por quien poseía sus derechos, Frank Sinatra. Curiosamente, la versión actual del filme es producida, entre otros, por Tina Sinatra, hija de Frank, quien no tuvo empacho en la actualización que se hizo de la historia, misma que es proyectada en tiempos no precisamente pastoriles para la política norteamericana.
Pero, aunque las figuras oscuras nunca han de faltar en la política (sobre todo en el vecino del norte), los tiempos cambian y con ellos el bando de los malos. De esta manera, en la primera versión del filme, Lawrence Harvey personifica a un héroe de guerra americano que regresa de Corea a Nueva York, después de recibir un lavado cerebral que tiene por objeto ponerlo en trance a voluntad para hacer que asesine al candidato a la presidencia. ¿Quiénes son los encargados del lavado? Muy acorde con aquellos tiempos: los comunistas, quienes raptan a Harvey y a toda su tropa para llevárselos a China (Manchuria, pues) y perpetrar sus maléficos planes. En la versión de Demme, Liev Schreiber es quien regresa condecorado de la guerra, en esta ocasión del Golfo, también programado para participar en el asesinato del candidato presidencial. ¿Quiénes son los lavanderos cerebrales ahora? Pues ya que ahora la maldad parece no hallar del todo un reposo geográfico ni ideológico, quien está detrás de la operación es una mega corporación. ¿Dónde hemos oído esto… tal vez en una película, tal vez en un noticiero?
Otra novedad en la versión de Demme es la redefinición del papel de la madre. Meryl Streep es tan castradora y manipuladora como lo fue Angela Lansbury: controla la vida de su hijo hasta el punto de alejar al único interés amoroso que ha tenido, sólo porque un contrincante político de su mismo partido es el padre de la chica en cuestión… chica que por cierto tiene un gran parecido con Carolyn Bessette, quien murió junto con su esposo, John F. Kennedy Jr., en un accidente aéreo del cuál muchos sospechan no fue tan accidental (¡ah, cuánto sospechosismo!, dijeran por aquí). Pero el personaje de Streep tiene una ventaja fundamental frente al de Lansbury: mientras la segunda manipulaba a su hijo para beneficio de su nuevo marido, quien pasaría de vicepresidente a presidente electo con la muerte de su compañero de fórmula; ahora la primera es una flamante senadora que, tras deshacerse del padre de su hijo, al parecer demasiado débil para la arena política, manipula a sus correligionarios para que postulen a su retoño como candidato a la vicepresidencia, mismo que llegaría a la presidencia tras el crimen planeado. La mega corporación está detrás de todo el asunto, sí, pero la que tiene el toro por los cuernos y la que entrega a su hijo para que lo conviertan en un zombie neoyorkino es la madre.
Así, al horror que provoca la idea de que el líder del país más poderoso del mundo, al menos del que tiene el poder de meterse en los asuntos de otras naciones de maneras cada vez menos discretas, esté controlado por una mega corporación (mmm), se suma el terror que produce esa madre que nadie desea ni a sus enemigos políticos. Y como ese terror puede resultar más familiar a los espectadores, propongo a quienes se encargaron de rebautizar este filme que, en lugar de sacarse de la manga eso de El embajador del miedo, piensen en un título igual de inventado pero más ad hoc: algo así como La madre del miedo o, mejor aún, La suegra del miedo.
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Publicado originalmente en: La Crónica Cultural, no. 81 (16 oct. 2004), p. 14.
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