miércoles, 12 de octubre de 2011

LA COSECHA DEL 77

Cierre los ojos por un instante. Trate de imaginar cómo era el mundo hace 30 años, cómo se veía, cómo sonaba 1977. Aunque algunos llenarán su escena con acordes que se escucharon en Avándaro y los envolverá el aroma a cuero, y otros serán momentáneamente cegados por las luces estroboscópicas de un lugar tipo Studio 54 y casi sentirán el poliéster sobre el cuerpo, todos -incluso quienes entonces ni siquiera figuraban en los planes de sus futuros padres- tendrán su propia visión de aquella época. ¿Y todo gracias a qué? Pues a un puñado de cintas que vieron la luz hace justo tres décadas y que ocupan, a la fecha, un lugar privilegiado en la cultura popular y en la historia de la cinematografía mundial: Annie Hall, Star Wars, Close Encounters of the Third Kind y Saturday Night Fever.
          Estrenadas en abril, mayo, noviembre y diciembre de 1977, respectivamente, todas ellas revolucionaron a su manera la forma en que se hacía y se concebía al cine, nos heredaron estrellas cuyo brillo perdura hasta ahora y se ganaron el favor tanto de la crítica como del público en general. Dominaron la entrega de los premios Oscar, llenaron los cines, se convirtieron en un fenómeno. Son parte de la cultura popular e hicieron popular una imagen de su tiempo.

Cuatro del 77
Considerada por muchos una de las obras cumbre de Woody Allen, Annie Hall o Dos extraños amantes, como fue rebautizada en México, es la madre de todas las comedias románticas modernas. Así como Doris Day y Rock Hudson o Katharine Hepburn y Spencer Tracy representaron los conflictos de las parejas de sus días, Diane Keaton (Annie Hall) y Woody Allen (Alvy Singer) se convirtieron en iconos de su tiempo, e inspiraron a dúos cinematográficos futuros como el personificado por Meg Ryan y Billy Cristal en When Harry Met Sally (Cuando Harry conoció a Sally), dirigida por Rob Reiner en 1989. Con Annie Hall, Allen inauguró el cine por el que sería más conocido: una exploración de las relaciones humanas en entornos meramente urbanos (neoyorkinos, para ser más exactos), en la que destacan obsesivamente sus temas favoritos: el sexo, la muerte, la religión y el psicoanálisis; y mientras lo hacía, se dio el lujo de jugar con las reglas cinematográficas de su tiempo: los personajes hablan directamente a la cámara, hay saltos temporales, disgresiones y hasta una secuencia animada.
          Sobre Star Wars (es decir, Una nueva esperanza, es decir, el episodio 4 de la saga de La Guerra de las Galaxias) posiblemente haya poco nuevo qué decir. La genialidad de su director-productor-escritor, George Lucas, fue llevar a la pantalla una historia clásica, con tintes épicos, ubicarla en un contexto diferente (el espacio, el futuro) y llenarla con una cantidad ingente de personajes diversos que van desde “una alfombra ambulante“, como la princesa Leia llamaba a Chewbacca, hasta robots parlanchines. A esto le sumó efectos especiales complejísimos para su tiempo y una nueva concepción de las campañas mercadotécnicas, combinación que le valió hordas de fanáticos para la cinta y suficiente dinero para que el mundo Star Wars siguiera creciendo. Es la historia de un grupo que con casi nada logró una victoria importante en la lucha por derrocar a un imperio opresor; es la historia de una producción independiente que se convirtió en una de las películas más exitosas de todos los tiempos.
          También con un tema espacial, pero en una atmósfera terrestre, Close Encounters of the Third Kind (Encuentros cercanos del tercer tipo) fue el segundo hitazo en la carrera cinematográfica de Steven Spielberg, quien apenas dos años antes había inaugurado la época de los éxitos taquilleros de verano con Jaws (Tiburón). Fue justo uno de los protagonistas de esta cinta, Richard Dreyfus, quien dio vida a Roy Neary, un electricista al que le cambia la vida una noche estrellada en la que se topa con seres de otro planeta. A diferencia de las cintas que habían tratado el fenómeno extraterrestre con anterioridad, Encuentros cercanos partió de una perspectiva optimista: no estamos solos, pero no corremos peligro. La transformación del miedo en maravilla le ha valido a este filme una legión de admiradores cuyas filas aumentan aún a la fecha.
          Saturday Night Fever (Fiebre de sábado por la noche) es otra historia de gente común haciendo cosas extraordinarias. Tony Manero (John Travolta) fue el típico antihéroe (en su caso, uno machista, sexista y malhablado) del que todos se enamoran y con cuyas ganas de salir adelante se identifican. Se convirtió en el icono de la juventud de los setenta, con su look poliéster y sus plataformas escandalosamente altas, y la situación no cambió ni siquiera cuando el autor de “Tribal Rites of the New Saturday Night, artículo publicado por Nik Cohn en la New York Magazine en el que se inspiró la cinta, calificó su obra de una mera invención. El poder de Fiebre de sábado por la noche fue tal que, cuando se daba por muerto al movimiento disco, lo sacó de la esfera underground en que existía y lo llevó a la cima de su popularidad y le dio la vuelta al mundo.

Héroes como nosotros
Si bien podría pensarse que una comedia romántica con tintes intelectuales no tiene mucho que ver con la historia de un grupo de rebeldes en el espacio, las cuatro cintas que nos atañen tienen varias cosas en común (además del año de nacimiento). Para empezar, los protagonistas de todas ellas son personas comunes que luchan por alcanzar la libertad o lograr una meta personal y lo hacen por medios poco comunes o fuera de la norma. El mensaje parece ser: ante las circunstancias, hay que salir adelante por uno mismo y luchar por lo que uno quiere a título personal. Hollywood hacía eco al espíritu que imbuía a los jóvenes de entonces en EU: tras la renuncia de Richard Nixon a la presidencia debido al escándalo Watergate, la firma del cese al fuego en Vietnam tras el fracaso de la multicriticada invasión, y el inicio de la presidencia del demócrata Jimmy Carter, la esperanza estaba en el aire, aunque también el desencanto ante el pobre desempeño del gobierno. No es gratuito que en 1976 Martin Scorsese estrenara Taxi Driver y al año siguiente viera la luz The Deer Hunter (El cazador) de Michael Cimino, dos de las cintas emblemáticas de la crítica a la guerra en Vietnam.
          Así los protagonistas de Annie Hall, Star Wars, Close Encounters y Saturday Night Fever hacen su propia crítica, no tan directa ni violenta, claro, y deciden ser los héroes de sus propias guerras con los medios que tienen a su alcance. Annie Hall decide ser quien maneja las riendas de su propia vida y tomar sus decisiones, correctas o incorrectas. Un campesino, un ermitaño, un mercenario, su socio y una princesa venida a menos unen sus fuerzas y se embarcan en una nave destartalada para atacar a un poderos imperio. Un hombre de familia de un pueblo perdido en el norte de EU deja el miedo y las ataduras a un lado para seguir su sueño, para conocer la verdad que anhela. Un chico de Brooklyn, con un trabajo miserable y muy pocas opciones de futuro, pone todo su esfuerzo y pasión en el baile, al que considera su único boleto de salida.

Mujeres de armas tomar
Otro punto en común de las cuatro cintas es la forma en que retratan a las mujeres. Annie Hall, Gillian Guiler y la princesa Leia son mujeres independientes y luchonas. La primera, interpretada por Diane Keaton, es prácticamente su alter ego -incluso comparten el nombre, pues el verdadero apellido de la actriz es Hall y su apodo cuando pequeña era Annie-. Tímida y torpe en un principio, poco educada y sin una dirección en su vida profesional, termina como una mujer segura de sí misma y de lo que quiere, que no se siente inferior a su pareja y hasta lo supera en logros, como cuando saca mucho más jugo del psicoanálisis en unas cuantas horas que en los 30 años que Alvy lleva tirado sobre el diván. El hombre que en un principio incluso llegaba a menospreciarla, termina recordándola con la mayor de las nostalgias cuando la ve perdida. Esta misma situación la revivirá Allen en otros personajes masculinos de su filmografía, como ocurre en Hannah and Her Sisters (Hannah y sus hermanas) o, más recientemente, Sweet and Lowdown (El gran amante).
          El caso de Gillian Guiler, tercera protagonista de Encuentros cercanos (junto a Roy Neary y al líder de la expedición científica, Claude Lacombe), es más radical aún. Se trata de una madre soltera que, ante la abducción de su hijo por un ovni, no teme salir en su búsqueda. Su libertad y fortaleza la convierten en la compañera de Neary en su aventura, a diferencia de la esposa de éste, a la que podríamos definir como la típica desperate housewife, que prefiere abandonarlo y darlo por loco. La actuación de Melinda Dillon como Gillian fue tan impactante que, con pocas películas a cuestas, se hizo de una nominación como Mejor Actriz Secundaria, logro que repetiría cuatro años después con Absence of Malice (Ausencia de malicia) de Sydney Pollack.
          En la no muy lejana galaxia de las mujeres fuertes del cine, la Princesa Leia siempre ha ocupado un lugar privilegiado. No sólo carece de cualquier tapujo para emitir su opinión (algunos podrían incluso llamarla contreras), sino que arma planes de rescate y maneja armas como la mejor, tiene dinero, un título nobiliario, es hija de uno de los más grandes jedis de la historia y su madre se distinguió en los terrenos de la política y la diplomacia. Leia Morgana (o Leia Skywalker Amidala, si hacemos honor a sus progenitores) es de hecho el personaje femenino dominante de la saga Star Wars entera, no sólo de la primera entrega. Fue princesa, rebelde, conoció el amor, encontró a un hermano del que ni siquiera sabía, procreó dos hijos que tuvieron por niñeras a todo un pueblo ewok y fue prisionera en un bikini de mínimas proporciones, lo que la convirtió en la fantasía de millones. Forma parte de la cultura popular y aparece en los lugares más inesperados, como en “A New Hope”, canción que el grupo Blink 182 sacó en 1997 (20 años después del estreno de la película), donde Leia es la personificación de la chica de los sueños: “Princess Leia, where are you tonight?/ And who’s laying there by your side?/ Every night I fall asleep with you/ And wake up alone” (Princesa Leia, ¿en dónde estás está noche?/ ¿Quién yace a tu lado?/ Cada noche me quedo dormido contigo/ Y despierto solo). Ni siquiera Carrie Fisher, la actriz que le dio vida, pudo con ella: después del éxito de los episodios 4, 5 y 6 de La Guerra las Galaxias, fue encasillada en el papel de princesa espacial y nunca tuvo una oportunidad siquiera parecida en el cine; tuvo una fuerte crisis por su adicción a las drogas, un corto matrimonio con el cantante Paul Simon y se convirtió en una novelista y dramaturga de cierta reputación en Hollywood.
          Y aunque las mujeres de Fiebre de sábado por la noche todavía están inmersas en una sociedad machista, algunas buscan escapar. Es el caso de Stephanie Mangano (Karen Lynn Gorney), la bailarina que intenta con desesperación cruzar al otro lado del río (de Brooklyn a Manhattan) y cambiar el curso de su vida, aunque no sin torpeza y dependiendo todavía de un hombre. Lo contrario ocurre con Annette (Donna Pescow), la ex compañera de baile despechada y despreciada por Tony, quien sólo quiere perpetuar las cosas y convertirse en una más de sus hermanas casadas.

El sonido del cine
En 1977 compartieron el top ten musical Abba, K.C. & The Sunshine Band, Barry Manilow, Marvin Gaye, Kansas y Alice Cooper. Al tiempo que moría Elvis Presley, The Clash comenzaba a sonar fuerte en EU con su punk-rock politizado. Y en medio de todo esto, un compositor neoyorkino lograba una gran hazaña: competir contra sí mismo por el Oscar a Mejor Banda Sonora, representando a dos de las mayores y más premiadas producciones del año. John Williams, compositor de cabecera tanto de George Lucas como de Steven Spielberg (entre muchos otros), fue nominado en esta peleada categoría por Encuentros cercanos del tercer tipo, pero ganó por Una nueva esperanza. En ambas películas, la música cumplía un papel de suma importancia, casi podría decirse que era un personaje más, y el público fue tan receptivo de esta circunstancia que adoptó las melodías que veía en pantalla. Así, no sorprende que una de las canciones más populares del año fuera “Star Wars Theme/Cantina Band”, esto es, el tema que se toca en la cantina donde Obi-Wan Kenobi y Luke Skywalker se encuentran con Han Solo y Chewbacca; o que la gente recuerde la tonadita con la que se comunican los alienígenas con los humanos en Encuentros cercanos, tan bien o mejor que una cita del protagonista.
          Pero fue en Fiebre de sábado por la noche donde la banda sonora se coronó como la reina del lugar. La coordinación entre historia, coreografía y música, junto al tremendo ángel que irradiaba John Travolta, lograron revivir un género que se consideraba moribundo y catapultar temas como “Night Fever”, “Stayin’ Alive” y “How Deep Is Your Love”, interpretados por los Bee Gees, a las alturas de las listas de popularidad. El soundtrack de Saturday Night Fever se convirtió en el primero equiparable en importancia y popularidad a la cinta misma: vendió en sus días más de 20 millones de copias y mantuvo el récord del álbum más vendido hasta que fue destronado por Thriller de Michael Jackson seis años después.
          La “nota discordante” se encuentra en Annie Hall: como parte de sus experimentos, Allen decidió que la cinta no tuviera un tema principal, ni en la apertura ni al final. Sin embargo, la música sí ocupa un lugar importante, ya que la propia protagonista es cantante (o al menos lo intenta). Como resultado, podemos escuchar “It Had to Be You” y “Seems Like Old Times”, temas que le vienen como guante al dedo a la cinta, en la voz de Diane Keaton. Una experiencia en verdad interesante…

 
LAS TREINTAÑERAS EN EL OSCAR
Annie Hall: nominación a Mejor Actor (Woody Allen); ganadora de Mejor Actriz (Diane Keaton), Mejor Director (Woody Allen, quien no recogió su premio alegando que no se acordó que ese día era la entrega), Mejor Guión Original (Woody Allen y Marshall Brickman) y Mejor Película.
Star Wars: nominaciones a Mejor Actor Secundario (Alec Guinnes), Mejor Director (George Lucas), Mejor Guión Original (George Lucas) y Mejor Película; ganadora de Mejor Dirección de Arte, Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Edición, Mejor Banda Sonora, Mejor Sonido y Mejores Efectos Visuales, además de que Benjamin Burtt Jr. se lleva un Special Achievement Award por su trabajo al crear las voces para los alienígenas, criaturas y robots.
Close Encounters of the Third Kind: nominación a Mejor Actriz Secundaria (Melinda Dillon), Mejor Dirección de Arte, Mejor Dirección (Steven Spielberg), Mejor Edición, Mejor Banda Sonora, Mejor Sonido y Mejores Efectos Visuales; ganadora de Mejor Fotografía (Vilmos Zsigmond) y del premio especial a Mejor Edición de Efectos de Sonido, para Frank E. Warner. (Cabe mencionar que su protagonista, Richard Dreyfuss, se llevó la presea al Mejor Actor, pero por otra película: The Goodbye Girl (La chica del adiós), de Herbert Ross).
Saturday Night Fever: nominación a Mejor Actor (John Travolta).

HISTORIAS CRUZADAS
* Paul Simon, quien tiene un pequeño papel en Annie Hall, fue esposo de Carrie Fisher, la princesa Leia de Una nueva esperanza, quien a su vez participa en Cuando Harry conoce a Sally, homenaje a Annie Hall.
* Richard Dreyfus actuó en American Graffiti (1973), dirigida por George Lucas, al igual que Harrison Ford, quien protagonizaría la saga de Indiana Jones, dirigida por Steven Spielberg y escrita por Lucas.
* Bob Balaban, quien personifica al geógrafo traductor del Dr. Lacombe en Encuentros cercanos, ha trabajado en varias películas de Woody Allen como Alice (1990) y Deconstructing Harry (1997). Participó también en Capote (2005), cinta que retrata un episodio en la vida del afamado escritor, quien tiene un breve cameo en Annie Hall.




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Publicado originalmente en: Día Siete, no. 357 (10 jun. 2007), pp. 50-56.

¡OTRA, OTRA…! ¿OTRA?


Imagínese esto. Vemos partir a Ilsa Lund en un avión, acompañada por su esposo. Mientras, Rick Blaine, con un cigarro irrumpiendo en su eterna sonrisa de caradura, deja la pista del aeropuerto y se marcha hacia las sombras mientras platica con su nuevo amigo, el Capitán Renault. Entonces, Rick despierta. Todo ha sido un sueño que le recuerda un pasado que le parece muy remoto. Se para de la cama, se prepara. Lo vemos dirigirse a su nuevo negocio, un café en medio de un París todavía en reconstrucción. Estamos ante la inexistente secuela de Casablanca.
¿Por qué este filme sólo lo podemos ver en la pantalla de nuestra imaginación? ¿Por qué a nadie se le ocurrió, tras el éxito de esta clásica cinta, seguir sacando agua del pozo? ¿Por qué tampoco tuvimos oportunidad de ver a Scarlett O’Hara y a Rhett Butler cambiar  de nuevo pañales bajo el sol sureño en Lo que el viento dejó, ni a Ted y Joanna Kramer superar sus diferencias para educar a hijo Billy, ahora convertido en un chico rebelde en Kramer vs. Kramer 2. La venganza? Podemos intentar con varias respuestas. Uno, que en aquellos entonces las secuelas no eran una moda tan socorrida como ahora. Dos, que no hacía falta repetir historias porque habían guionistas lo suficientemente brillantes y prolíficos como para crear nuevas, y productores lo suficientemente aventureros como para apostar por ellas. Tres, que ni siquiera se planteaba la posibilidad de masacrar una buena película por el afán de seguir lucrando con ella. Cuatro, todas las anteriores.
Sea por la razón que fuere, el hecho es que en los últimos años hemos visto al género de los remakes, las secuelas, las precuelas y las sagas crecer y arraigarse como nunca antes. Este 2007 la lluvia de regresos amenaza con convertirse en un verdadero huracán: magos en edad escolar, héroes de tiras cómicas, espías desertores, ladrones con mucho charm... todo tendrá una segunda, tercera e incluso quinta oportunidad en la pantalla grande.

El regreso de héroes y villanos, magos y ogros

Una de las secuelas más esperadas es El Hombre Araña 3, cuya telaraña nos atrapará este mayo. Nuestro querido Peter Parker tendrá muchas razones para activar sus sentidos arácnidos: dos nuevos villanos le harán sudar la gota gorda, el oscuro Venom (Topher Grace, muy lejos de su papel como el chico flaco y desgarbado de That 70’s Show) y Sandman o El Arenero (Thomas Haden Church, mejor conocido como el mujeriego de Entre copas); la seductora Gwen Stacy (Bryce Dallas Howard) se interpondrá entre él y Mary Jane Watson, y la sombra de un viejo enemigo encarnará como el Nuevo Duende Verde. También desde el terreno de los cómics llegará Los 4 Fantásticos 2, en la que veremos a dos archivillanos en acción: el deslumbrante y veloz Silver Surfer y Galactus, el feroz devorador de planetas y sobreviviente del antiguo universo que existía antes del Big Bang, que sumarán sus maldades a las de Dr. Doom, con nueva máscara, más parecida a la original de la tira cómica. La Mole volverá con sus chistes sarcásticos, la Antorcha Humana con sus arranques juveniles y la Mujer Invisible y el Señor Fantástico darán grandes pasos en su relación.
Si la resaca del ron y los barcos fantasmas no se lo impiden, este mayo tendremos el regreso del adorado Capitán Sparrow en Piratas del Caribe 3: En el fin del mundo, donde podremos atestiguar la batalla final que resolverá el triángulo amoroso establecido en la entrega anterior, sabremos si la voluntad puede vencer viejas maldiciones y hasta dónde pueden llegar las alianzas y las traiciones. La corriente nos llevará hasta Oriente y tendremos el gusto de conocer al padre de Sparrow, otro excéntrico personaje... con cara de roquero. Pocas semanas después veremos en las salas de cine a otro antihéroe enfrentar su destino. En Shrek tercero reencontraremos al ogro del pantano vuelto príncipe rehuyendo, con la ayuda de sus fieles amigos El Burro y El Gato con Botas, la responsabilidad de ser el sucesor de su suegro al trono. Con tal de no vestir medias y corona, Shrek buscará que Artie, el joven y rebelde primo de Fionna al que dará voz Justin Timberlake, se apunte como candidato. El Príncipe Encantador una vez más buscará hacerse del reino, ahora con ayuda de su propio ejército de villanos de cuento, pero tendrá que lidiar con unas rudas heroínas de acción: Blanca Nieves, La Bella Durmiente, Cenicienta y Rapunzel, comandadas por la misma Fionna y su madre, la Reina Lillian. Ésta, por cierto, no será la última aventura de nuestros verdes amigos: ya está anunciada la cuarta entrega para 2010; guarden un poco de sus palomitas.
En vuelo directo desde la Academia Hogwarts llegará Harry Potter y la Orden del Fénix, la quinta entrega de esta saga, en la que veremos al joven mago meterse en problemas y ser juzgado por el Ministerio de Magia, volverse non grato para sus compañeros de colegio y luchar contra su eterno enemigo Lord Voldemort, cuyos pensamientos parece leer. Todo esto ocurrirá mientras Hogwarts se convierte en un caos pues Dumbledore es sustituido por la nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, Dolores Umbridge (Imelda Staunton), y Ron y Hermione se estrenan como prefectos y ¿novios? En el mismo universo de la literatura, pero del otro lado del ropero, encontraremos Las Crónicas de Narnia. El príncipe Caspian, segunda cinta de esta serie que será estrenada hasta el próximo año y en la que repetirá en la dirección Andrew Adamson, también responsable por las dos primeras películas de Shrek. En esta ocasión, Peter, Susan, Edmund y Lucy, un año después de su primera aventura en Narnia, volverán para ayudar a Caspian a coronarse rey en lugar de su tío, el sanguinario General Miraz, aunque por ello posiblemente no puedan regresar a casa.

Risas, acción y ríos de sangre

Quienes disfrutaron viendo a Jim Carrey tratando de enmendarle la plana a Dios, este junio tendrán una segunda oportunidad para doblarse de la risa. Si en Todopoderoso (Bruce Almighty) era un reportero que despertaba la ira de Bruce Nolan (Carrey) al ser nombrado conductor del noticiero en el que ambos trabajaban, ahora Evan Baxter decidirá cambiar de giro profesional y dedicarse a la política como miembro del congreso. Lo que no sabe es que Dios tiene otros planes para él: le pedirá que construya un Arca (sí, como la de Noé), lo que podría costarle además de su trabajo, su familia, ya que su esposa e hijos temen que esté sufriendo una severa crisis de los 40. El protagonista de Evan Almighty es el genial Steve Carell, comediante cuya carrera ha despegado como meteoro gracias a su trabajo en series como The Office o películas como Virgen a los 40 años y la multipremiada Little Miss Sunshine. En el papel de Dios repite Morgan Freeman y, aunque Jim Carrey y Jennifer Aniston declinaron participar, a la cinta no le sobran talentos: Lauren Graham (conocida como la mamá de Gilmore Girls) hará de esposa de Evan, mientras que John Goodman será el congresista Long. Habrá que ver qué resulta de esta combinación.
Los fanáticos de la adrenalina verán sus deseos recompensados en junio y agosto. En primer lugar, los amantes de lo ajeno con más estilo vuelven en Ocean’s Thirteen, comandados de nuevo por Danny Ocean (George Clooney), sin Julia Roberts ni Catherine Zeta-Jones, pero con dos grandes novedades: Ellen Barkin y Al Pacino, la víctima a quien intentarán hurtar en esta ocasión. Casi a la vuelta de la esquina aparecerá un hombre que más bien busca desaparecer: Jason Bourne (Matt Damon) regresa en el que promete ser el último episodio de su aventura en The Bourne Ultimatum. La búsqueda de su identidad y libertad continúa, mientras la agencia del gobierno estadounidense para la que trabajaba le sigue los pasos tras un tiroteo en Moscú. Las novedades: el venezolano Edgar Ramírez, en su segunda cinta hollywoodense (la primera fue Vantage Point, todavía sin estrenarse en México) y el inglés Paddy Considine (inolvidable en 24 Hour Party People), que se suman al elenco en el que destacan Julia Stiles y Joan Allen.
Y como la cartelera tendrá de todo, como en botica, Hostel 2 y Saw 4 prometen saciar las ansias de los seguidores del gore. La primera, del realizador Eli Roth (Hostel, La cabaña sangrienta), se regodeará con escenas sangrientas en las que participan springbreakers sin mucho cerebro, pero con mucho afán fiestero, una vez más en Europa del Este. Por su parte, la franquicia del terror llamada Saw y conocida en México con el nombre de Juego macabro, tratará de engancharnos nuevamente en la truculenta labor de “superación personal” llevada a cabo por el macabro Jigsaw y sus seguidores. Veremos si lo logra; en todo caso, tenemos hasta el próximo año para prepararnos.

El retorno de los rucos

Si no cree en los poderes mágicos del bótox y los antioxidantes, 2007 será un año que lo conducirá a un mundo mágico donde todo es posible, incluso renacer de las cenizas, resurgir de los vendajes. No estoy hablando de La momia 3, que por cierto se estrenará en 2008, sino de los héroes de antaño, de los viejitos pero ruditos que volverán a repartir puñetazos y patadas en la pantalla grande, esperemos con mejor suerte que el restirado Sylvester Stallone en Rocky Balboa. Bruce Willis es el primero en lanzarse al ruedo, una vez más como John MacClane, el mítico policía neoyorkino que desde 1988 (¡hace casi 20 años, señoras y señores!) se la vive salvando a su esposa y a medio mundo, ahora en la cuarta entrega de Duro de matar: Live Free or Die Hard. En esta ocasión salvaguardará a la economía de EU de la amenaza de un joven hacker (Matt Foster). Otros que vuelven son la pareja dispareja de Jackie Chan y Chris Tucker, quienes prometen seguir ejercitando las artes marciales y el humor en Una pareja explosiva 3, ahora en escenarios parisinos. Para el próximo año tendremos los nuevos lances de Harrison Ford como el arqueólogo aventurero favorito de chicas y grandes en Indiana Jones 4. Steven Spielberg se encargará de la dirección, George Lucas de la producción y David Koepp (Jurasic Park, El Hombre Araña) del guión. En cuanto al reparto, repiten en sus papeles Karen Allen, John-Rhys Davies y Sean Connery, como el padre del aventurero; entre las caras nuevas se encuentran Cate Blanchett y Natalie Portman, cuya participación como hija de Jones no ha sido confirmada oficialmente.
Corren los rumores de que en fechas próximas podremos ver al gobernator Arnold Schwarzenegger en un cameo para Terminator 4, que se dice protagonizarán Vin Diesel y Nick Stahl, quien ya diera vida al joven John Connor en Terminator 3, así como que Eddie Murphy, tras cosechar reconocimientos con Dreamgirls y ganancias con Norbit, retornará triunfal en la cuarta entrega de Un detective suelto en Hollywood. Esperemos que no se tarden demasiado porque, como popularmente se dice, no se están haciendo más jóvenes...



LA MADRE DE TODAS LAS SECUELAS
Para sorpresa de muchos, la historia de las secuelas cinematográficas es casi tan vieja como la del cine. La primera de la que se tiene noticia es de 1916. Se trata de The Fall of a Nation (La caída de una nación), dirigida y escrita por Thomas F. Dixon Jr., continuación de The Birth of a Nation (El nacimiento de una nación, 1915), cinta casi fundacional del cine estadounidense dirigida por D.W. Griffith. Ambas películas están basadas en novelas del mismo Dixon: The Clansman y The Leopard’s Spots, en las que se mezclan historias de la guerra civil, el asesinato del presidente Lincoln, el nacimiento del Ku Klux Klan y la participación del ejército estadounidense en la Primera Guerra Mundial.

SECUELA DE ABOLENGO
El segundo hito en la historia de las secuelas tiene que ver con la mafia... y no la hollywoodense, sino la italoamericana retratada con maestría por Francis Ford Coppola. Este cineasta es responsable de cambiar el destino de las secuelas: en 1974 estrenó El Padrino Parte II, que no sólo fue la primera cinta en llevar el “Parte II” en el nombre (antes se usaba cambiar alguna parte del título original o aumentarle palabras), sino que rompió con la creencia de que las segundas partes nunca son buenas. La continuación de la historia de los Corleone fue la primera secuela en ganar el Oscar a Mejor Película (hazaña sólo repetida por El Señor de los Anillos: El retorno del Rey en 2003), además de tener cinco nominaciones por mejor actuación, de las que Robert De Niro se llevó la de Mejor Actor Secundario. Si bien la tercera parte de El Padrino, filmada 16 años después, no fue tan exitosa, esta trilogía ha mantenido su nivel de culto por cinéfilos de todo el mundo.

LA SAGA DE ORO
El momento cumbre de las secuelas en el cine llegó en 1977, año en que nació una verdadera mina de oro llamada Star Wars. La mega aventura épica creada por George Lucas inauguró la era en que las sagas se convirtieron en negocios multimillonarios con un sinfín de ramificaciones y que, en su caso, dio pie a una de las empresas productoras más exitosas de la historia, LucasFilm, y hasta a innovaciones tecnológicas y mercantiles importantes.
El universo Star Wars de entrada está compuesto por seis películas (Una nueva esperanza (1977), El imperio contraataca (1980) y El retorno del Jedi (1983), que corresponden a los episodios 4, 5 y 6 de la saga total, y La amenaza fantasma (1999), El ataque de los clones (2002) y La venganza de los Sith (2005), episodios 1 a 3), a las que se suman otras más realizadas por LucasFilm: La aventura de los Ewoks. La caravana del valor (1984) y Ewoks, la batalla por Endor (1985); cintas para la televisión: Especial navideño (1978) y Los Muppets. Especial Star Wars; las series animadas Ewoks, Droids y Las guerras clónicas (volumen 1, 2004, y volumen 2, 2005); además de un sinfín de productos como juegos de rol y de mesa, videojuegos, libros y muñecos. Cabe mencionar que una de las grandes victorias de George Lucas y su compañía es lograr quedarse con los derechos sobre las imágenes de sus personajes, así que haga usted la cuenta de a cuánto ascenderán sus ganancias.

1, 2, 3 POR TI Y TODAS TUS VERSIONES
En ocasiones, la proliferación de remakes y secuelas sólo genera confusión. Un ejemplo perfecto de esto es el clásico del terror The Hills Have Eyes, conocida en México como El despertar del diablo. La película que mostró por primera vez a los mutantes salvajes del desierto fue dirigida por Wes Craven en 1977. Una nueva versión de la misma historia, esta vez bajo la batuta del francés Alexandre Aja, fue estrenada en 2006. Ya en 1985, Wes Craven había retomado su vieja película para hacer una segunda parte, El despertar del diablo 2, en la que un grupo de ciclistas en una carrera por el desierto se topan con los mismos mutantes de la original. Ahora, para mayor desconcierto, acaba de estrenarse una secuela del remake (¿un semake?, ¿una remakela?) de 2006, dirigida por el alemán Martin Weisz, bautizada también como El despertar del diablo 2, pero con una historia distinta (aunque de cierta manera igual): un grupo de militares gringos se enfrenta a los pobladores del desierto. Así ni quién entienda.



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Publicado originalmente en: Día Siete, no. 348 (8 dic. 2007), pp. 40-47.

EL COMANDANTE SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA (Y LO VEA)



Fidel Castro tiene mucho que celebrar este 2006. No sólo cumple 80 años de edad el 13 de agosto, sino que puede decir orgulloso que se ha mantenido en el poder por 47 años, ha sobrevivido a diez gobiernos estadounidenses y a 640 atentado en su contra. Nada mal para una sola vida. Y es que, se le vea como un héroe o como un villano, no se puede negar su naturaleza de sobreviviente, de hombre poco común, y esto tal vez esté relacionado con lo que su amigo Gabriel García Márquez dice de él: Fidel es “incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”.
Esta “enormidad” que caracteriza a Castro ha ayudado a su transformación en figura de bronce viviente, de esas a las que festeja y llena de flores, pero también a las que se plagan de graffiti y se tumban cuando los ánimos se encienden. Tanto las pasiones desatadas como las ideas estructuradas han producido ríos de tinta en manos de politólogos, periodistas, narradores y todos aquellos que se han sentido compelidos en algún momento a verter sus opiniones en torno a su figura, así como cientos de imágenes encuadradas en pantallas de cine y televisión que han contado cientos de veces una historia rebosantes de aristas. A pesar del desmayo sufrido en 2001 y el resbalón que terminó en fractura doble en 2004, que muchos han visto como el principio del fin de una era, la figura de Castro pervivirá por mucho tiempo en la imaginación popular. Todo apunta a que habrá Fidel para rato.
Enseguida presentamos una selección de libros y producciones fílmicas y televisivas que comparten el mismo objeto del deseo: el abogado, guerrillero, jefe político y revolucionario eterno, Fidel Castro Ruz.


El Comandante en (muchas) páginas

Entre las muchas y muy extensas obras que se han dedicado a Castro, existen algunas consideradas clásicas, como las publicadas en los años ochenta y noventa por Gianni Minà y Frei Betto. El primero, un reconocido periodista e intelectual italiano especializado en América Latina, elaboró tres textos a partir de entrevistas con el gobernante cubano: Un encuentro con Fidel (1988, luego reeditada como Habla Fidel); Fidel: Presente y futuro de una ideología en crisis analizada por un líder histórico (1991); y El Papa y Fidel: ¿Qué futuro espera a América Latina? (1999). Uno de los puntos más interesantes de estas obras es el cuestionamiento que Minà hace a Castro sobre el tema de la religión: ¿cuál es su postura frente al catolicismo?, ¿hay espacio en el Partido para los cristianos? Ante esto, y para sorpresa de muchos, el Comandante se muestra francamente abierto y hasta encuentra fuertes coincidencias con las ideas en torno a la pobreza del entonces papa Juan Pablo II, quien a su parecer “ha hecho pronunciamientos que si yo los digo serían subversivos, porque ha hablado de trabajo para los padres de familia, medicinas para los enfermos, tierra para los campesinos, viviendas para los que viven en los barrios marginales”. Coincidentemente, la obra del brasileño Frei Betto aborda la misma temática. En Fidel y la religión: conversaciones (1985), Castro apunta que: “Una de las características de nuestra Revolución es que suprime el robo, la malversación y la corrupción. Si la Iglesia decía: ‘amar al prójimo como a ti mismo’, eso es precisamente lo que nosotros predicábamos”. Y, en su estilo siempre controversial, asegura que “aunque eso no consta en datos, ni en estadísticas [...] con seguridad muchos de los que participaron en el Moncada eran creyentes”.
En obras posteriores se ha abandonado esta temática y se ha dado preeminencia al hombre sobre el personaje. Muestra de ello es la que se proclama como única “biografía autorizada” de Castro, escrita por Katiuska Blanco, periodista del diario cubano Granma, y publicada por primera vez en La Habana en 2001. Esta obra, que pronto será editada en México, pretende retratar al “hombre de carne y hueso” y a su familia. A decir de la autora, “no es un inventario acucioso de la realidad, ni siquiera un relato a pie juntillas de la vida de un inmigrante gallego fundador de un pequeño batey y de una familia numerosa, dos de cuyos hijos [Fidel y Raúl] forjarán después una leyenda”.
Junto a esta obra existe otra que vio la luz por primera vez en Brasil en 2001, producto de la periodista, historiadora y cineasta Claudia Furiati, considerada la “biógrafa consentida” de Castro. Y es que para la redacción de las 717 páginas de Fidel Castro. La historia me absolverá (2003), esta brasileña tuvo acceso a los archivos secretos y personales de Castro, logro de muy pocos. Con un par de apéndices muy útiles (Frentes de guerra y Cronología de la guerrilla), esta biografía francamente laudatoria cubre desde los años de infancia hasta 1999 en la vida del Comandante, al que equipara con José Martí: “a semejanza del patrono libertador, en su vida Fidel ha conjugado el pensamiento, la palabra y la acción”.
Entre las novedades editoriales se encuentra la Biografía a dos voces de Ignacio Ramonet (2006), reconocido sociólogo y periodista de Galicia, como la familia de Castro, y criado en Marruecos. Es el actual director de la publicación francesa Le Monde Diplomatique, y este no es el primer libro en el que retrata a un personaje carismático: hace poco sacó un libro sobre Marcos. Esta Biografía a dos voces es producto de una serie de entrevistas que el autor sostuvo con Fidel entre enero de 2003 y diciembre de 2005. En un tono que pretende ser imparcial, Ramonet termina por mostrar su admiración por quien considera “el último ‘monstruo sagrado’ de la política internacional. Pertenece a esa generación de insurgentes míticos –Nelson Mandela, Ho Chi Minh, Patrice Lumumba, Amílcar Cabral, Che Guevara, Carlos Marighela, Camilo Torres, Turcios Lima, Mehdi Ben Barka”.
En el mismo tenor se encuentra Fidel (2004), del periodista y ensayista alemán Volver Skierka, quien a la par de recoger información, asesoró a Oliver Stone mientras éste rodaba su documental en Cuba. Uno de los aciertos de esta publicación es que introduce la historia de Castro, quien para el autor “pasará a la historia como uno de los pocos revolucionarios que han permanecido fieles a sus principios”, en la historia mundial y en especial en la de las tensas relaciones entre Oriente y Occidente, Norte y Sur.
Con un tono menos periodístico y más literario, también se encuentra en librerías La autobiografía de Fidel Castro. I. El paraíso de los otros (2004) del escritor cubano Norberto Fuentes. Esta obra, por demás extensa (y pesada, gracias a sus casi 900 páginas), cubre la historia del Comandante desde su niñez hasta la revolución y la caída de Batista, y está narrada en primera persona por Castro, quien comparte con el lector pasajes íntimos de su vida.
Claro que no todo es vencer o morir... también existe el amor. Al menos esto es lo que quiso mostrar Isabel Custodio en El amor me absolverá (2005), donde esta hija de exiliados españoles dio a conocer el tórrido romance que vivió con Castro mientras éste radicaba en México y se encontraba preparando la revolución. La autora y el futuro prócer se conocieron cuando ésta acompañó al fotógrafo Néstor Almendros a retratar a varios combatientes cubanos encarcelados en México... entre ellos Fidel.


Fidel en la pantalla

La figura de Castro siempre ha ejercido cierta fascinación a los medios de comunicación: ya sea para elevarlo a la condición de héroe broncíneo o para denostarlo, su nombre e imagen ha poblado desde sus días de guerrillero las páginas de los diarios y las pantallas chicas y grandes. Por su parte, Fidel ha sabido aprovechar estos espacios para esparcir sus ideas y apoyar su perenne revolución, tanto dentro como fuera de Cuba: desde la denuncia al embargo comercial hasta la exposición de momentos embarazosos para otros gobernantes (léase el episodio Fox-Castro durante la Cumbre de Monterrey). Pero la relación del Comandante con los medios no ha sido sólo utilitaria.
Aunque algunos sostienen que es una mera leyenda urbana para desprestigiar a Castro, se sabe que en sus días de estudiante de bachillerato y en sus primeros años como estudiante de Derecho participó en la industria fílmica como extra para la Metro-Goldwyn-Mayer. Como lo oye. El futuro rector de los destinos cubanos fue el jovencito que apareció en una que otra escena de al menos cuatro producciones hollywoodenses: dos comedias musicales, You Were Never Lovelier (1942) y Holiday in Mexico (1946), la primera protagonizada por Rita Hayworth y Fred Astaire y la segunda, por Jane Powell; además de dos comedias románticas, Bathing Beauty (1944) y Easy to Wed (1946), ambas estelarizadas por la reina de las coreografías acuáticas, Esther Williams, la segunda con la participación de la también jovencísima Lucille Ball (sí, la del show I Love Lucy). Por cierto que los mismos que dieron a conocer estos datos denunciaron el “recorte” de las escenas donde figura Castro en casi todas las copias de estos filmes, obra –sugieren– de algún pro castrista que no quiso ver relacionado el nombre del tal vez mayor luchador antiimperialista con algunas de las producciones más “rosita” del cine estadounidense. Además, algunos sostienen que el trabajo en la pantalla grande de Fidel no quedó ahí, ya que tanto él como el Che Guevara trabajaron también como extras en producciones mexicanas durante su estancia en el país.
Dejando estos episodios aparte, el Comandante ha seguido figurando en documentales, ya sea como protagonista o como partícipe de episodios entre los que se cuentan la Crisis de los Misiles, la Guerra Fría, la historia del deporte o de la mafia. El más reciente de los documentales centrados en su persona es Rendezvous with Death: Why John F. Kennedy Had to Die (2006), dirigido para la televisión por el cineasta alemán Wilfried Huismann. Debido a la poca distribución de este género en nuestro país, acaba de pasar sin pena ni gloria –rebautizada como Cita con la muerte– por pocas y recónditas salas. Con una duración de 90 minutos, presenta una tesis bastante escabrosa: la muerte del presidente norteamericano John F. Kennedy fue resultado de una conspiración en la que estuvo involucrado el mismo Fidel Castro. Vale la pena mencionar que no ha sido el único en pensar en esta posibilidad. El narrador estadounidense James Ellroy construyó parte de su novela América sobre un hipotético nexo entre las mafias norteamericanas y el presidente cubano. Nombres como Jimmy Hoffa, J. Edgar Hoover y Howard Hughes se entrelazan con cargamentos de heroína procedentes de Cuba en esa historia.
Otro documental reciente y menos accesible aún es Fidel Castro (2005), realizado para el programa televisivo American Experience, escrito, producido y dirigido por Adriana Bosch, cineasta de origen cubano radicada en Estados Unidos. Fue transmitido por la PBS, cadena sin fines de lucro operada por 348 estaciones televisivas públicas estadounidenses, y pretende en sus dos horas de duración ofrecer un recuento de la vida y obra de Fidel, apoyado en entrevistas a exiliados y tránsfugas, politólogos, periodistas, ex miembros del gobierno castrista e incluso familiares para reunir todos los puntos posibles.
Pero tal vez el documental más publicitado, aunque no por eso más o mejor distribuido es Comandante (2003), dirigido y producido por Oliver Stone. Su hora y media de duración es el resultado de 30 horas de filmación, repartidas en tres días, en las que el mismo Stone entrevistó a Fidel durante la estancia del cineasta en Cuba durante febrero de 2002. Los temas que abordaron van desde la juventud de Castro y su ascenso al poder, hasta la Crisis de los Misiles, el embargo estadounidense y el papel de Cuba en el mundo. Su premier se realizó en el Festival de Sundance en 2003, pero después Stone hizo públicos sus problemas para exhibir la película en territorio estadounidense, tal vez por su clara admiración y apoyo hacia el castrismo, y culpó directamente a la mafia cubana en Miami por censurar su filme. En un tono completamente contrario se encuentra Mauvaise conduite (1984), escrita y dirigida por el cineasta español Nestor Alemandros. En ella se retratan las crueldades y el despotismo del régimen de Castro, a partir del testimonio de cubanos expatriados, entre los que destacan escritores, cineastas y presos políticos que alguna vez apoyaron a Castro en su lucha contra Batista, para luego separarse de él por diferencias políticas. Entre los personajes que aparecen en el filme se encuentran Guillermo Cabrera Infante, Susan Sontag y Reinaldo Arenas. El total de los testimonios fue luego publicado por el director, bajo el mismo nombre.
A diferencia de su amigo y compañero Che Guevara, quien ha merecido ya dos películas biográficas de altos vuelos (Che Guevara (2005), donde lo encarnó el español Eduardo Noriega, y Diarios de motocicleta (2004), protagonizada por Gael García Bernal), Fidel Castro sólo tiene en su haber un filme producido para la televisión: Fidel (2002). Dirigido por David Attwood y anunciado con el eslogan de “He fought for freedom. He settled for power” (Luchó por la libertad. Se asentó por el poder), fue transmitido en Latinoamérica como miniserie por Hallmark Channel. Uno de sus atractivos es el elenco, conformado por conocidos actores latinoamericanos, entre los que destacan por su número y la importancia de sus papeles, los mexicanos: Víctor Huggo Martin, quien da vida a un Fidel Castro que pasa de ser un joven e idealista abogado en busca de una segunda independencia para su país, esta vez frente a Estados Unidos, a un obstinado y duro gobernante; Gael García Bernal, que repite en su papel de Che Guevara y se esfuerza por conciliar el inglés (lengua principal del filme) con el acento argentino; Cecilia Suárez, como la guerrillera y luego miembro del gobierno, Celia Sánchez; y José María Yazpik que personifica a Camilo Cienfuegos. Además actúan la venezolana Patricia Velásquez, quien da vida a Mirta Díaz-Balart, esposa de Castro y madre de Fidelsito, la colombiana Margarita Rosa de Francisco hace de Natalia Revuelta, la amante con quien Fidel procrea una hija, y hasta Diego Luna hace una pequeña aparición durante el ataque al Cuartel Moncada. Basada en los libros Guerrilla Prince. The Untold Story of Fidel Castro (1993) de la corresponsal estadounidense Georgia Anne Séller, y Fidel Castro de Robert E. Quirk, la película triunfa al retratar a un Castro humano, con virtudes y defectos.
 

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Publicado originalmente en: Día Siete, no. 314 (6 ago. 2005), pp. 48-50.

LAS BELLAS QUE LLEGARON DE ORIENTE


No hace mucho tiempo que para ver una película del Lejano Oriente sólo había de tres sopas. Se esperaba a que la próxima Muestra o Foro de la Cineteca Nacional (o de su equivalente local) incluyera al menos un filme de aquellas geografías. Se acudía a las librerías, videotecas o videoclubs para escarbar entre sus repisas, lo que significaba ver una y otra vez clásicos como Los sueños de Akira Kurosawa o aventurarse con alguna comedia dulzona (o agridulce, por aquello de su casi constante conexión con la comida) que no estaba mal, pero tampoco era algo extraordinario ni novedoso. O, si el interés era mucho y los recursos suficientes, se atentaba contra la tarjeta de crédito vía Internet para pedir la primicia deseada.
Este escenario, por suerte, ha cambiado: los filmes asiáticos han entrado con todo a la cartelera comercial, han invadido los mostradores de los videoclubs y hasta se han adueñado de buena parte de los puestos de piratería (para nuestra desgracia mejor surtidos que los negocios legales). Este fenómeno ha ocurrido en buena parte gracias al terror... No el terror de seguir viendo las mismas tramas y los mismos actores en las mismas películas hollywoodenses que, salvo honrosas excepciones, se han vuelto esclavas de los remakes, sino el terror que nos proporcionan los filmes que han mantenido nuestras cabelleras en vilo, es decir, que nos ponen los pelos de punta. Ha sido tal el éxito del terror asiático que las niñas de largas cabelleras, los pozos tapiados, los apartamentos que se inundan sin razón aparente y las casas marcadas por crímenes impunes se han convertido en parte de nuestras pesadillas, cortesía de filmes como Ringu (El aro), Dark Water (Agua turbia) y The Grudge (La maldición), que por cierto han merecido sendos remakes, cortesía de los no muy imaginativos productores de Hollywood. Pero éste no ha sido el único género que ha traspasado las barreras culturales y creado éxitos internacionales. Comedias, dramas, thrillers y hasta musicales (o la mezcla inclasificable de éstos) han colocado a directores como el coreano Park Chan-wook, los japoneses Takashi Miike y Takeshi Kitano, el hongkonés Won Kar-wai o el chino Zhang Yi-mou en las listas de los mejores del mundo y parecen no querer abandonarlas.
Junto a estas nuevas ofertas cinematográficas llegaron nuevos cánones de belleza, encarnados por actrices de nombres intrincados que han conquistado las pantallas de cines y hogares en todo el mundo. Algunas lo han hecho mediante las producciones de sus respectivos países, mientras que otras decidieron exportar sus talentos e invadir la alfombra roja hollywoodense, con distintos resultados. Ejemplo perfecto de esto resultan Zhang Ziyi y Michelle Yeoh, quienes se dieron a conocer internacionalmente con la laureada El Tigre y el Dragón, para después colocarse en el ojo del huracán gracias a Memorias de una geisha. Claro que ellas no fueron las primeras y, al parecer, no serán las últimas. Para muestra presentamos siete bellezas orientales que, con mayor o menor currículum, han llamado la atención a más de uno.


Maggie Cheung (Hong Kong, 1964)
Con más de ochenta películas en su haber, esta hongkonesa está lejos de ser una novedad en la pantalla grande, aunque no había alcanzado tanta notoriedad hasta hace poco. Si bien ya había comenzado una exitosa carrera como modelo, no fue sino hasta que ganó el segundo lugar de Miss Hong Kong en 1983 que los cineastas locales fijaron sus ojos en ella, convirtiéndose en poco tiempo en una de sus actrices consentidas. Poco tiempo después entró al cine europeo de la mano de quien fuera su marido por muchos años, el director francés Olivier Assayas, quien la dirigió en Irma Vep (1996) y en Clean (2004), donde compartió créditos con Nick Nolte. Y aunque tras este filme recibió una avalancha de ofertas para trabajar en Hollywood, ha rechazado varias ofertas. Declinó participar en X2 (2003), secuela de la exitosa X-Men, pues le pareció un proyecto demasiado comercial, así como en Memorias de una Geisha (2005), pues consideró un sinsentido que una china personificara a una japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, tiempo en el que la tradicional animadversión entre ambas naciones era álgida. Claro que esto no le importó a los productores de dicha película, para quienes las razones históricas no pesaron más que las ganancias en taquilla.
Entre las películas asiáticas que más proyección internacional le han dado a Cheung se encuentran Deseando amar (In the Mood for Love, 2000) y su continuación, 2046 (2004), ambas dirigidas Wong Kar Wai, con quien ha trabajado en otros proyectos. Su trabajo ha sido reconocido con el honor de ser jurado en el Festival Internacional de Cine de Berlín en 1997, donde años atrás (1992) ganó el premio a Mejor Actriz, presea que también recibió en el Festival de Cannes en 2004.

 Gong Li (China, 1965)
Esta actriz, que ha sido reconocida como una de las 50 personas más bellas del mundo por la revista People, ha ganado contratos millonarios como vocera de marcas como L’Oreal y saltó a la fama internacional como Hatsumomo, la rival “profesional” de Zhang Ziyi en Memorias de una geisha (2005), tiene una larga historia en el mundo del cine. Cuando apenas era una estudiante de la Central Drama Academy de Beijing protagonizó Sorgo rojo (1987), película en la que también debutaba como director su entonces novio Zhang Yi-mou, ahora conocido en todo el mundo por sus célebres Héroe (2002) y La casa de los cuchillos (House of Flying Daggers, 2003). Entre la veintena de filmes en los que ha participado destaca Adiós a mi concubina (1993): su actuación en esta cinta le valió el premio del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York y su entrada en la lista de las “100 mejores actuaciones de todos los tiempos” publicada por la revista Premiere. Además, fue nombrada por el gobierno francés “Officer des Arts et Lettres” debido a su contribución a la cinematografía mundial (1998) y ha sido jurado en los festivales internacionales de cine de Cannes (1997), Berlín (2000), Venecia (2002) y Tokio (2003). También se cuenta entre las actrices de cabecera de Won Kar-wai, con quien filmó el cortometraje La mano, parte de la trilogía Eros (2004), y 2046 (2004).
Tras Memorias de una geisha, el siguiente paso de Gong Li para adentrarse en el mundo de Hollywood será la versión fílmica de la serie Miami Vice, coprotagonizada por Collin Farrell y Jamie Foxx, y Young Hannibal: Behind the Mask, en la que se retratará la juventud del sanguinario Hannibal Lecter.

Nanako Matsushima (Japón, 1973)
Es conocida en todo el mundo por protagonizar las cintas de terror Ringu (El Aro, 1998) y Ringu 2 (1999), ambas dirigidas por Hideo Nakata y basadas en la exitosa novela homónima del escritor japonés Kôji Suzuki. En éstas interpretó el papel de Reiko Asakawa, la reportera que se enfrenta a Sadako (la famosa niña de pelos largos y mirada mortífera) al tratar de resolver el enigma de un video maldito.
Nanako es una estrella en Japón no sólo por enfrentarse a las fuerzas del mal, sino por su extensa carrera en el modelaje, que comenzó a los 19 años, y en la televisión, donde protagonizó su primera serie en 1997, junto con Hiroyuki Sanada, actriz con la que compartió créditos en Ringu. Su mayor éxito televisivo es Great Teacher Onizuka (mejor conocido como GTO), versión con actores del famoso cómic manga del mismo título, que salió al aire durante 12 episodios en 1999 y es considerado uno de los programas con mayor audiencia en la historia de Japón. En este caso, su coprotagonista fue su actual marido, Takashi Sorimachi, quien también se ha desempeñado como director de cine.

 Shu Qui (Taiwán, 1976)
Esta taiwanesa tiene fama de diva insoportable por su comportamiento en los sets de filmación, pero parece pesar más su talento o su despampanante atractivo, pues es una de las actrices asiáticas más cotizadas. Entre sus trabajos más conocidos se encuentra la comedia romántica que estelarizó con Jackie Chan, Máximo rival (Gorgeous, 1999), y El ojo 2 (2004), donde se enfrentó a una vengativa fantasma. Pero sus roles más alabados por la crítica se los debe a Your Place or Mine (1998), dirigida por James Yuen, y Tres tiempos (Three Times, 2005), de Hou Hsiao-hsien, por los que se hizo acreedora a los premios a Mejor Actriz de Reparto y Mejor Actriz, respectivamente, en los Golden Horse Award de Taiwán (especie de Oscar asiático).
Quien no la haya visto en éstas o en alguna de las otras casi cincuenta películas que ha filmado, puede topársela en la cinta de acción inglesa Transporter (2002), en la que actúa junto al especialista en patadas y persecuciones a la británica, Jason Statham.

Kou Shibasaki (Japón, 1981)
Podría ser la encarnación de una caricatura japonesa, y no sólo por su apariencia: además del look, Kou Shibasaki tomó su nombre artístico (el real es Yukie Yamamura) de su personaje favorito de manga. Esta Tokio girl empezó a actuar desde los 14 años en comerciales y programas televisivos, pero el papel que la llevó al estrellato en Japón fue el de Souma Mitsuko, una de las estudiantes obligada a luchar por su vida en contra de sus compañeros de clase en Battle Royale (2000). Gracias a este filme su nombre trascendió a nivel internacional y fue considerada por Quentin Tarantino para participar en Kill Bill: Vol. 1 (2003), junto a su compatriota Chiaki Kuriyama, pero su apretada agenda no se lo permitió. En cambio, obtuvo el protagónico en Una llamada perdida (2003), del prolífico y reconocido director Takashi Miike.
Con una veintena de películas en su currículum, Shibasaki ha incursionado en el mundo de la música desde 2002, cuando sacó al mercado su primer sencillo. Desde entonces su estrella ha ido en ascenso, logrando colocar una de sus canciones en el soundtrack de la película Yomigaeri (2002), donde también actúa.

 
Kang Hye-jeong (Corea del Sur, 1982)
Gracias a su versatilidad, esta actriz se está haciendo un lugar importante en la filmografía asiática. Para empezar, se ha convertido en una presencia constante en los filmes de Park Chan-wook, uno de los directores más imaginativos y perturbadores del momento. En su cortometraje Cut, parte de Three Extremes (2004), Kang dio vida a una atormentada pianista que va perdiendo poco a poco su valor más preciado: los dedos de sus delicadas manos; en Old Boy (2003) personificó a la inocente pero seductora cocinera de sushi que acompaña al protagonista en su odisea; mientras que en Señora venganza (2005) tiene un pequeño papel como presentadora de noticias.
En la entrega 2005 del Blue Dragon Film Awards de Corea, ganó en la categoría de Mejor Actriz de Reparto por Welcome to Dongmakgol (2005), de Park Kwan-hyun, película que a su vez estuvo nominada en la categoría de Mejor Película Extranjera en los Oscar. En esta mezcla de comedia y drama de guerra, Kang aparece como la tonta del pueblo que inspira las acciones tanto de héroes como de antihéroes.

Chiaki Kuriyama (Japón, 1984)
Esta actriz es la más joven de esta selección... y también la más ruda. Además de modelar profesionalmente, Chiaki se inició en el mundo del cine y la televisión a los 11 años. Su debut lo hizo en el thriller School Mystery (1995), al que siguieron las películas de terror Shikoku (1999) y Ju-on (La maldición, 2000), en las que hizo palidecer a más de uno y logró sobrecoger al auditorio entero. Pero el filme por el que ganó el respeto de los cinéfilos japoneses y de todo el mundo fue Battle Royale (2000), en el que encarnó a una estudiante que parece haber encontrado su vocación como asesina al ser enfrentada a sus compañeros de clases en un sanguinario juego organizado por el gobierno.
Este papel, además, le valió su entrada al cine estadounidense, pues llamó la atención de Quentin Tarantino, quien la seleccionó para personificar a la mortífera Gogo Yubari en Kill Bill: Vol. 1 (2003). Ataviada una vez más como una inocente chica de secundaria, y bajo las órdenes de Lucy Liu, Chiaki hace pasar un mal momento a Uma Thurman con su mortífera arma: la “go go ball”.
 

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Publicado por primera vez en: Día Siete, no. 313 (30 jul. 2005), pp. 48-55.

viernes, 12 de agosto de 2011

"Lo que usted ordene, señor presidente...". Historia de la comida en Los Pinos

Presidir hasta en la mesa
Si bien dicen que al corazón se llega por el estómago, también es cierto que a la historia se puede llegar por la comida. No es gratuito que muchos estudiosos encuentren en la alimentación una pista interesante para conocer el comportamiento de sociedades enteras. La historia culinaria de nuestro país, por ejemplo, refleja a la perfección los episodios históricos que la han conformado. Los banquetes que se servían a los gobernantes mexicas pueden ilustrar los complicados sistemas de tributación que mantenían con otros pueblos, gracias a los que recibían, entre otras cosas, productos alimenticios de lejanas latitudes. El mestizaje racial y cultural que ocurrió con la conquista y continuó durante el virreinato se hace patente al observar muchos de los platillos que nacieron en esa época: garnachas, chalupas, sopes, tacos y pellizcadas resultan de la unión del maíz, el chile y el aguacate locales con el aceite, la crema y el queso europeos. Durante la época independiente, existieron momentos en los que el afrancesamiento de las costumbres, empezando por las culinarias, dejaba ver procesos de dominación extranjera, como el breve Imperio encabezado por Maximiliano, o las idílicas aspiraciones de un gobernante, como ocurrió durante el Porfiriato.
Pero esta historia de ingredientes y sazones no sirve sólo para estudiar naciones, sino que también puede revelar la naturaleza de los individuos. El caso de los estómagos presidenciales no es la excepción: un desayuno frugal o un antojo extravagante pueden decir mucho más de una personalidad y hasta de un estilo de gobernar que un informe sexenal. Esto, sobre todo, porque comer es una experiencia que resulta más cercana y comprensible que llevar las riendas de una nación, pues lo primero está al alcance de todos (al menos eso sería lo ideal), mientras que lo segundo es un tanto más exclusivo.
Desde que se habilitó Los Pinos como residencia oficial en 1934, han pasado por ella doce presidentes, cada uno con sus propias ideas, circunstancias, formas de gobernar y costumbres. Como en la vida y en la cocina, han sido de chile, de dulce y de manteca en todo, incluso en la mesa. Pero una característica que han compartido es la necesidad de combinar durante su mandato la vida privada con la actividad pública, el papel de simples individuos y hombres de familia con su labor presidencial.
Llevado al terreno de lo culinario, esta particularidad ha significado la convivencia de las comidas familiares, compartidas sólo con la mujer y los hijos, y los banquetes oficiales, donde muchas veces se tienen que dejar de lado las preferencias personales para dar prioridad al menú políticamente correcto: el más sencillo tiene que mostrarse estrafalario, el más sobrio comportarse como un derrochador. Aunque en algunos casos esto ha resultado una situación incómoda, no a todos les ha molestado el cambio de dieta y, con el tiempo, sus comidas han tenido mucho de banquete. Aplicado entonces a este fenómeno culinario, el conocido refrán tendría que ser aumentado: “dime qué comes y te diré quién eres… qué quieres o qué necesitas aparentar y de cuánto presupuesto dispones”. Esta dicotomía gastronómica es un fiel reflejo de las contradicciones de la vida política en general, y muy particularmente de la mexicana.

A continuación se presenta un conjunto de historias presidenciales que muestran ambas caras de la moneda: la mesa privada y la mesa pública. En él aparecen presidentes que no quieren mudarse a Los Pinos, primeras damas que guisan, cocineras sustituidas por chefs, taquitos integrados a los menús de banquetes exclusivos y varios antojos algo particulares. Estas historias vienen acompañadas por viñetas que muestran distintos episodios del pasado, en los que la comida y el poder convergieron en la misma mesa. Son crónicas culinarias que no por antiguas dejan de ser apasionantes y no por lejanas dejan de ser cercanas a nosotros y a nuestros gobernantes actuales. Al final de cuentas todos, incluso los que manejan los destinos de una nación, necesitan comer.
Adelante, la mesa está servida.



Moctezuma: Ascenso y caída de un paladar delicado
Si bien se cuenta que el pueblo mexica era sobrio en su alimentación, eso evidentemente no aplicaba a todas las clases sociales. Basta echarle un ojo a lo que cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. En ella refiere la vastedad y, sobre todo, la variedad de los alimentos que Moctezuma consumía cuando gobernaba:
Cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, y palomas y liebres y conejos y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra, que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto.

A esto se aunaban "frutas de toda cuanta había en la tierra, mas no comía sino muy poca de cuando en cuando", y grandes cantidades de cacao espumoso. Durante la comida, mujeres hermosas se dedicaban a servirle "tortillas amasadas con huevos… y también le traían otra manera de pan, que son como bollos largos hechos y amasados con otra manera de cosas sustanciales y pan pachol, que en esta tierra así se dice, que es a manera de unas obleas".
Para cerrar con broche de oro, se ponían sobre la mesa de Moctezuma "tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro tenían liquidámbar revuelto con una hierba que se dice tabaco, y cuando acababa de comer después que le habían cantado y bailado y alzado la mesa, tomaba del humo de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se adormecía".
Este panorama, idílico para cualquier gourmet de esa época, contrastó duramente con los días en que Tenochtitlan fue sitiada por los españoles. Cuentan las crónicas que hasta los grandes señores se vieron rebajados a comer lagartijas, golondrinas y envolturas de mazorcas:
Hemos comido panes de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
pedazos de adobe, lagartijas, ratones,
y tierra hecha polvo y aun los gusanos.

Hernán Cortés: Austeridad casera, derroche público
Se dice que Cortés nunca fue un amante de la buena mesa ni afecto a la bebida: apenas tomaba una taza de vino aguado en la comida del mediodía. Sin embargo, sabía que el prestigio social no sólo se mantenía con las victorias en el campo de batalla. Por esto, cuando tenía invitados de renombre, el marqués del Valle vestía su casa con vajillas de oro y plata, además de suntuosos manteles y servilletas. Tras ofrecer un festín de finos y variados platillos, acostumbraba entretener a sus convidados con músicos, bailarines y saltimbanquis.


Llegado el virrey, a organizar la fiesta
Los habitantes de la Nueva España se hicieron de la merecida fama de ser amantes de las grandes fiestas. Al parecer, sólo necesitaban una buena razón para echar la casa por la ventana y disfrutar de horas de música, baile y, sobre todo, comida y bebida. La llegada de un nuevo virrey a tierras novohispanas era el pretexto ideal para cumplir con este gusto.
Entre los recibimientos más reseñados en la época se encuentra el del virrey Marqués de Villena en 1642. De camino entre el puerto de Veracruz y la capital, se hospedó en Perote, donde se organizó una comida en su honor, compuesta por veinticuatro platillos distintos. Pero más que la cantidad y variedad de los alimentos con que lo agasajaron, lo que mejor mostraba el lujo excesivo del festejo eran las fuentes del mesón donde se hospedaba, que fueron modificadas para que en vez de agua, corriera por ellas vino y leche.
Cuando el virrey Conde de Moctezuma y Tula arribó a territorio novohispano en 1696, permaneció durante poco más de un mes en Puebla con una comitiva de 199 personas, entre familiares, ayudantes y sirvientes. Al parecer todos ellos tenían muy buen apetito, ya que les dio tiempo de consumir 306 carneros, 100 cabritos, 18 terneras, 2 venados, 40 lechoncitos, 12 pares de pichones, 80 lenguas de toro, además de pescado y mariscos. Todo esto lo acompañaron con un barril de vino tinto y 26 de vino blanco, además de los irreemplazables postres.
Ya instalados en el palacio virreinal, los festejos continuaban cotidianamente: banquetes en los que los grandes señores y las damas elegantes podían saborear lo mejor de la cocina novohispana, producto del mestizaje entre la española y la indígena, y en los que tal vez el manjar más apreciado era el chocolate. Tan extendido y valorado era el gusto por esta bebida que se inventó un artefacto para su mayor deleite: la mancerina, especie de taza con un plato integrado bautizada así en honor al virrey Marqués de Mancera, en la que se podía disfrutar de un buen chocolate al tiempo que se consumían bizcochos.

Agustín de Iturbide: El patriotismo al plato
1821 fue el año en que se consumó la independencia nacional y en que se inventó el platillo que buscaba simbolizarla: los chiles en nogada. Su creación se debe a las hábiles manos de las cocineras poblanas que quisieron honrar con ese platillo a Agustín de Iturbide, quien puso el punto final a la lucha emancipadora y, poco después, se convirtió en el primer emperador mexicano.
Además de lograr todo un sincretismo gastronómico con la combinación de ingredientes de origen europeo con elementos locales, los creadores de este platillo lograron representar con su colorido las expectativas de los habitantes de la nueva nación: el verde del chile y el perejil que lo adorna reflejaba su esperanza de libertad; el blanco de la salsa hecha a base de nuez de Castilla, la pureza del alma mexicana; y el rojo de la granada, la sangre derramada por los combatientes. Estos colores, que componen la bandera nacional, también representaban las tres garantías defendidas por el ejército que comandaba Iturbide: Religión, Unión e Independencia.


Maximiliano: Por el buen apetito de los invitados
Según la condesa Paula Kollonitz, dama de honor de Carlota, el emperador Maximiliano de Habsburgo era extremadamente sobrio en el comer y en el beber: apenas tocaba los distintos platos que servían en su mesa y sólo bebía champaña y agua. Y es que, a pesar de que el Emperador había traído consigo grandes cocineros de Europa, su mesa era bastante pobre, no sólo en lo que se ofrecía sino en dónde se servía:
El Emperador no había traído consigo de Europa ni una sola cuchara de plata. Se encargó en París a Christofle un servicio de mesa, pero no llegó en mi tiempo. En el palacio no se encontró nada de valor. Sólo los tenedores y cucharas eran de plata, y la vajilla y el cristal eran extremadamente simples. En vez de un rico despliegue de platería, había hermosos ramos de flores, y al menos éstos podían rivalizar en belleza con todos los que hubieran adornado la mesa de un monarca.

Sin embargo, la pareja imperial se vio precisada a organizar grandes banquetes para sus invitados, como aquél del 19 de julio de 1865, cocinado por J. Bouleret, A. Hut, L. Masseboeuf, J. Incontrera y M. Mandl. El menú de este festín comprendía: sopa de quenelles, pechugas de aves, filetes de lenguado a la holandesa, cartuja de codornices a la Bragarion, costillas de cordero con espárragos, timbal a la moderna, estómagos de aves a la Perigueux, pastel de codorniz a la Buena Vista, Espárragos con salsa, alcachofas a la portuguesa, pavos trufados, filete a la inglesa, ensalada budín de Berlín, Pasteles de perones, crema de vainilla y chocolate, conserva de todas frutas, quesos y mantequilla, helado de durazno y otros postres.
Este afrancesamiento de la cocina se transmitió a muchas de las familias criollas acomodadas, que dejaron un tanto de lado las costumbres españolas para expresarlo todo en française. Productos, alimentos y bebidas venían de aquellas latitudes, mientras que los menús de cafés y restaurantes ofrecían platillos como fricandeau à la menestra (asado de ternera con verduras), petit pois á l'Anglaise (chícharos a la inglesa), bouchées chasseur (bocadillo a la cazadora) y noix de veau Perigueux (nuez de ternera a la Perigueux).
Claro que tampoco se podía dejar totalmente en el olvido la comida local. Por ello a su paso por Puebla, Maximiliano fue agasajado por los criollos del lugar con banquetes extraordinarios en los que pudo degustar moles, asados, pipianes, manchamanteles, enharinados, chiles rellenos, chiles en nogada, alcaparrados y todas las variedades de pan dulce: mamones, encandiladillas, recordados o catarinos de huevo, picones, tostadas para gorrión, chilindrinas y diferentes tipos de cocoles y conchas de vainilla, fresa y chocolate. Precisamente en esa visita, los panaderos poblanos crearon para halagar al emperador una sabrosa pieza de pan llamada "Imperial", finamente apastelada con azúcar colorada encima.

Porfirio Díaz: El centenario de la opulencia
El año de 1910 estuvo lleno de festejos dedicados al Centenario de la Independencia. En julio de ese año, Díaz organizó un agasajo que fue ampliamente reseñado por la prensa de la época gracias a su brillo y opulencia. Se celebró en el antiguo edificio de la Compañía Cigarrera Mexicana (en la actual calle de Bucareli) y asistieron alrededor de 1,600 personas. Los encargados del servicio fueron Sylvain Daumont y Macsime, chefs de dos de los restaurantes más exclusivos de la época: el Sylvain, ubicado en la calle 16 de Septiembre y famoso por sus ostiones al ketchup y los filetes "a medio tono", y el Chapultepec, enclavado en la entrada del Bosque.
El servicio fue de primera: 350 camareros, 16 primeros cocineros, 24 segundos y 60 ayudantes. Todos ellos se dedicaron a preparar y servir un excelso menú compuesto por platillos salidos de la cocina francesa: Potage Tortue Claire (sopa de tortuga Claire), rissoles à la Rolanaisse (empanadas a la Rolanaisse), truite saumonnée (trucha salmonada), sauce genévoiseaspic de Foie (aspic de hígado) y timoalle. El caudal de vinos fue abundante: 240 cajas de Jerez fino, 275 de Pouilly, 275 de Mouton Rotschild, 50 de Carton, 450 de champaña Cordon Rouge, 256 de cognac Martell y 700 de agua mineral. Para adornar el lugar, además de instalar ex profeso 10 mil lámparas decorativas, se utilizaron 10 mil rosas, 20 mil claveles, 3 mil gardenias y 2 mil metros de guirnaldas. Todo transcurrió al son de los valses y los aires mexicanos entonados por la orquesta Lerdo y la del Conservatorio Nacional. (salsa genovesa),
En septiembre, el mes más festejado de ese año, el gobierno porfirista ofreció otro banquete que no se quedó atrás. También fue servido por el chef Sylvain, quien preparó consomé Princesse, saumon a la Metternich (salmón a la Metternich), côtelete d'Agneau (costilla de cordero), suprémes de volailles Tayllerand (supremas de ave Tayllerand), timbales a la Rossini, gélatines de faisans dorés (gelatina de faisán dorado), glacé de pistache (helado de pistache) y gateaux assortis (pasteles surtidos). Para beber se sirvieron vinos Scharzhofberger-Dusele, Gran oporto, Haut Brin 1887 y Champagne Cordon Bleu Veuve de Clicquot.


Comidas que matan
El periodo dorado del lujo afrancesado, terminó entre el fin del gobierno porfirista y la muerte de Madero en 1913. Los lugares que daban cabida a la créme de la créme porfirista, ahora se veían abarrotados por las huestes zapatistas y villistas, que distaban mucho de conocer las reglas de etiqueta y además no gustaban dejar las armas en casa. Los restaurantes y cafeterías de la época se convirtieron en lugares en los que se podía tomar un café a la vez que se organizaba una rebelión o se despachaba a un enemigo político.
Ejemplo de esto fue la reunión que sostuvieron en la pastelería El Globo, Victoriano Huerta y Félix Díaz, hermano de Porfirio, donde planearon el sitio de la Ciudadela, acción clave en el derrocamiento de Madero. Fue también en uno de los restaurantes más célebres de la capital, el Gambrinus, donde Gustavo Madero fue apresado por órdenes del mismo Huerta, para ser asesinado el 18 de febrero de 1913 durante la Decena Trágica.
Otro establecimiento que ganó fama por una desgracia, más que por su servicio o sus platillos, fue La Bombilla, escenario del asesinato de Obregón en 1928 durante un banquete político.
Años más tarde, en tiempos aparentemente más pacíficos, otra comida culminó en una muerte trágica. Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente y considerado por muchos el candidato natural para sucederle, acudió el 17 de febrero de 1945 a una comida multitudinaria en Atlixco, después de la que murió de manera sospechosa, probablemente envenenado.


COMER EN LOS PINOS

Lázaro Cárdenas (1934-1940)
Cuando Lázaro Cárdenas tomó posesión como presidente no estuvo de acuerdo con mudarse al Castillo de Chapultepec, entonces morada de quienes regían los destinos del país. Su espíritu austero y gustos sencillos lo llevaron a elegir la casa del antiguo rancho La Hormiga, construida a fines del siglo XIX por la familia Martínez del Río y expropiada el gobierno de Venustiano Carranza. El mismo Cárdenas rebautizó el lugar como Los Pinos, en recuerdo a la huerta del mismo nombre ubicada en las cercanías de Tacámbaro, Michoacán, donde conoció a su esposa.
Tras hacer los arreglos pertinentes, Lázaro, Amalia y su hijo Cuauhtémoc se mudaron a la nueva residencia oficial en marzo de 1935, donde los Cárdenas llevaron, dentro de lo posible, una vida sencilla. Al presidente le gustaba desayunar a las 8 de la mañana huevos tibios, fruta y café en el comedor, generalmente acompañado de algunos secretarios y colaboradores. Terminado el desayuno, partía de Los Pinos a su despacho presidencial frente al zócalo, y no probaba bocado sino hasta las tres de la tarde. Si no tenía algún compromiso oficial, regresaba a Los Pinos para comer con su esposa e hijo. Era tan celoso de su vida privada que quienes lo acompañaban sólo llegaban hasta la puerta principal, después el presidente quedaba solo con su familia.


Manuel Ávila Camacho (1940-1946)
En vista de los múltiples arreglos que debían hacerse, los Ávila Camacho no se cambiaron a Los Pinos sino un año después de que don Manuel tomó posesión. De su vida privada se conoce poco, pero se dice que fue igual de moderado que en su papel como figura pública: nunca tuvo vicios ni excesos. Según sus allegados siempre se mostró sobrio en la mesa y sencillo en sus gustos, aunque sí tenía una pasión: los caballos y los deportes practicados en ellos, como la equitación y el polo.
Sin embargo, Ávila Camacho, como el resto de los presidentes, no pudo dejar de lado los compromisos sociales que le obligaba su puesto, por más reservado que fuese. Así, tomó parte de distintos banquetes oficiales que se celebraron en Los Pinos, como el del 23 de julio de 1946 referido por Salvador Novo y en el que se sirvió: crema argentina, supremas de pescado con mayonesa, pollo brincado cazadora, antojo mexicano, frijoles en corona, fruta de la estación, pastas secas y helado de vainilla, acompañado por diversos cocktails, vino blanco y tinto, cognac, champaña, agua de tehuacán y café.

Miguel Alemán Valdés (1946-1952)
Cuando los Alemán se cambiaron a Los Pinos en abril de 1947, ésta era todavía una vieja casa de adobe y duelas de madera que, aunque ya había sido remozada por los presidentes anteriores, resultaba a todas luces insuficiente: la familia que ahora albergaba era más numerosa y los compromisos sociales más frecuentes. A pesar de esto, lograron adaptar su vida privada al nuevo entorno: disfrutaban siempre del desayuno y las comidas dominicales juntos, preparadas habitualmente por la señora Alemán que, según decía Miguel hijo, “era estupenda para la cocina, no sólo internacional, sino la mexicana y muy especialmente la veracruzana". Los banquetes oficiales que celebraron también se caracterizaron por su sencillez, con menús como el siguiente: crema de pistache, pescado Colbert, espárragos gratinados, pavo asado, fruta de la estación y pudín gabinete como postre; y para tomar, vino tinto y blanco, además de champaña Viuda de Clicquot y café.
En febrero de 1950, durante la visita de los duques de Windsor, organizaron una cena que sería preparada por Margarita (Mayita) Gómez de Parada de Orvañanos, chef cuya presencia ha sido constante en recepciones y fiestas oficiales desde la década de los treinta a nuestros días. El menú era a base de comida alemana y fue servido en una espléndida vajilla decorada con temas de cacería, a la que el Duque era tan aficionado. Todo transcurrió como era debido, pero la casa dio muestras de que ya no era adecuada para este tipo de solemnidades. Cuenta Beatriz Alemán, hija del presidente, que:
como la construcción era de adobe, todos los ruidos y movimientos que había en la parte superior de la casa resonaban y se sentían perfectamente en la de abajo […] En el comedor de estilo Luis XV había al centro un enorme candil que lo hacía lucir muy elegante, pero por cuya fragilidad había que ser cuidadoso en cuanto al movimiento. Así que, estando en pleno banquete, los reales comensales a la mesa con mis padres y embajadores, nosotros, en la parte de arriba, al fin chicos, jugábamos y brincábamos estrepitosamente sin medir las consecuencias […] Al escuchar el trepidante son que producían los prismas de los candiles al sacudirse, los Duques y los otros invitados se empezaron a asustar, y a pesar de la flema británica, característica, con toda cortesía rogaron se hiciera algo para evitar una catástrofe.

El incidente no pasó a mayores, pero al poco tiempo se emprendió la construcción de la nueva casa, que fue terminada dos años más tarde, poco antes de que culminara el periodo del presidente Alemán.


Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958)
El presidente Ruiz Cortines tardó casi un año en cambiarse a Los Pinos con su familia: las limitaciones económicas que padeció en su niñez y juventud lo convirtieron en un hombre sobrio (al punto de ser apodado Don Adolfo el Austero), al que le chocaba la idea de mudarse a la recién inaugurada residencia oficial. Ya instalado, sus hábitos continuaron tan metódicos como siempre: comenzaba el día a las siete de la mañana y tomaba un desayuno frugal compuesto por unos cuantos pedazos de papaya y un par de huevos tibios, casi crudos, los cuáles servía y preparaba él mismo en una taza, con uno o dos granos de sal, nada más; se los tomaba de un sorbo y los acompañaba con un vaso pequeño de jugo de lima y café estilo veracruzano, mucho café.
Esta bebida parecía ser el único lujo cotidiano del que no podía prescindir, aunque tampoco hacía mala cara a los platillos oriundos de su tierra natal, mismos que en varias ocasiones fueron parte de los menús de los banquetes oficiales. Este fue el caso de la comida organizada por la visita oficial del presidente Nixon y su esposa en febrero de 1955, en la que se degustaron algunos platillos de Veracruz, rociados con vino rosado Château de Selle y Cordon Rouge 1947 y servidos en mesas adornadas con frutas tropicales y flores naturales.
La señora Ruiz Cortines era aficionada a la buena mesa y gustaba mucho ir al Ambassadeur, restaurante de los hermanos Jordi y Francisco Escoffet, quienes atendieron algunos de los pocos banquetes ofrecidos entonces en Los Pinos. El menú en esas ocasiones consistía en algo así como: caviar fresco para empezar, seguido por un consomé, caldo o sopa mexicana, y pescado blanco de Pátzcuaro, camarones, langostas o abulón fresco; como segundo plato, un filete o codornices; para el postre casi siempre frutas como el mamey, el zapote, el mango o las fresas. La consigna era darle un toque mexicano a todos los platillos, sin exagerar en lo picante o lo localista, fórmula que no siempre funcionó. Jordi Escoffet cuenta que, en ocasión de una comida multitudinaria, la señora Ruiz Cortines sugirió “algo mexicano, como sopecitos y pambacitos, taquitos y quesadillas. Conseguir todo aquello fue un tango y la gente lo tomó muy mal. Empezaron las críticas [por lo que] al año siguiente se volvió a lo ya tradicional del buffet frío".

Adolfo López Mateos (1958-1964)
La familia López Mateos nunca se mudó a Los Pinos, así que, exceptuando los banquetes oficiales, sus comidas eran caseras. Las encargadas de prepararlas eran la primera dama y la cocinera que trabajó para ella desde que se casó, Margarita González. Mientras la señora, doña Eva, era afecta a la cocina internacional y tenía especial preferencia por los postres, don Adolfo siempre prefirió la comida mexicana: arroz, mole de olla, chiles rellenos, caldo de camarón y chilaquiles, todo muy picante. Sus platillos favoritos eran los huevos en rabo de mestiza (con jitomate, chile poblano y queso fresco), los tamales y las semitas poblanas; además era muy aficionado al café, en especial el turco, y al chocolate en polvo Milo: no podía faltar su licuado por las mañanas y con la merienda.
La comida mexicana fue parte fundamental en los menús de muchos de los banquetes oficiales, aunque también había que adecuarse a las distintas ocasiones. Por ejemplo, la cena que se sirvió al rey Mahendra de Nepal, en mayo de 1960, tuvo que ajustarse estrictamente a las costumbres del soberano y su esposa, ambos budistas: no se incluyó ningún platillo preparado con carne y se sirvieron sólo jugos de frutas, bebida favorita de la reina nepalesa.

Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970)
Los Pinos fueron ocupados por los Díaz Ordaz en febrero 1965. En su nueva morada, don Gustavo tomaba el desayuno con su mujer todas las mañanas en un pequeño salón junto a sus habitaciones. A la hora de la comida, se reunía con toda su familia y, aunque sus favoritos eran los platillos oaxaqueños y poblanos, debía moderar su dieta como consecuencia de los problemas digestivos que sufría: sopa de pasta, de verduras, arroz, carne asada, todo cocinado casi sin grasa, era lo más común en su mesa. Cuando la ocasión lo demandaba, don Gustavo se daba la libertad de beber una copa de vino tinto o blanco. Su platillo preferido era la sopa de cola de res, especialmente la que preparaban en el restaurante “Prendes”. Era tal su afición que el dueño le enviaba de vez en cuando, sobre todo los domingos, un buen tazón de sopa a Los Pinos.
En las ocasiones oficiales, la dieta era dejada a un lado y el presidente podía disfrutar de menús como el servido el 30 de marzo de 1967: foie gras de Estrasburgo, consomé al madera, filete de robalo en salsa verde, pato con cerezas negras, delicias de fresa al Cointreau, acompañado por vino tinto La Romanée le Roi, vino blanco Batard Montrachet y champaña Dom Perignon. En la boda de su hijo Gustavo, se sirvió una cena preparada por el catalán Dalmau Costa y su personal del restaurante Ambassadeur, que consistió en consomé verde milpa, langosta bellavista, corazón de filete a la pimienta, helado de mango, pastel de bodas y café: acompañado todo esto de vino Blanc de Blancs y champaña helado Tattinger.


Luis Echeverría Álvarez (1970-1976)
Los Echeverría se mudaron a Los Pinos días después de la toma de posesión de don Luis y, como el resto de las familias de los presidentes, se vieron en la necesidad de combinar sus vidas personales con sus nuevos compromisos oficiales. A la par de las sencillas cenas que su cocinera, Bernardeta Reyes, les preparaba desde hacía años, compuestas por yogurt, pollo asado y café con leche, disfrutaron de elaborados banquetes como los que se organizaron durante la visita del Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, y su esposa la emperatriz Farah Diba, en mayo de 1975.
La pareja real iraní ofreció, en correspondencia a las atenciones de los Echeverría, una cena cuya fastuosidad no tuvo par. El evento se llevó a cabo en el Hotel Camino Real y, según las crónicas de la época, se sirvió: caviar Perlas del Caspio, con alcaparras, perejil, cebolla y pan Melba, acompañado de vodka ruso; le siguieron unas brochetas de cordero Kababe Barrh y arroz con pollo en salsa de berenjena; y todo fue acompañado por vino tinto Saint Emillion y blanco Mishel Chablis. Pero lo que más llamó la atención de invitados y cronistas fue:
la soberbia vajilla de porcelana con filo de oro y el escudo real grabado, la cuchillería de plata y la cristalería de Baccarat, con filo de oro y escudo grabado. Todo ello, además de un enorme cuadro del antiguo Imperio, fueron traídos ex profeso desde Irán a esta ciudad en dos aviones especiales. Como un rasgo final de sensibilidad y buen gusto, los arreglos florales que adornaban las mesas cubiertas con manteles de lino blanco eran de color verde, blanco y rojo.

José López Portillo (1976-1982)
López Portillo se mudó a Los Pinos a pocos días de tomar posesión y, al igual que sus antecesores, tuvo que adaptarse a la vida en Los Pinos y hacer que éste se adecuara a sus necesidades: construyó en la parte superior de la residencia un comedor y una pequeña cocina, en aras de concentrar la vida familiar en esa área. En palabras del ex presidente:
Salvo banquetes y celebraciones especiales, en los que se usó el comedor de abajo, en el cual también se efectuaban reuniones de trabajo, aprovechando precisamente la mesa triangular que permitía participar a todos los comensales, las comidas familiares siempre las hicimos en la parte de arriba, en forma completamente sencilla y casera.

Los gustos culinarios de este presidente, cuyo sello personal fueron las camisas de cuello de tortuga, se sabe que sus platillos favoritos eran la cecina con jocoque y la machaca norteña.

Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988)
Don Miguel y su familia se mudaron a Los Pinos en marzo de 1983, casi tres meses después de iniciado el nuevo sexenio. La tardanza se debió a que los López Portillo permanecieron en la propiedad hasta el último minuto de su gobierno, a diferencia de los presidentes anteriores que habían dejado Los Pinos con al menos medio mes de anticipación, y a que tuvieron que realizar algunos arreglos necesarios para su acomodo. Uno de los ajustes efectuados anteriormente y que fue aprovechado por los De la Madrid, fue la disposición de la casa: el área habitacional y en donde preparaban y servían sus alimentos se encontraba en la parte superior, mientras que la planta baja servía fundamentalmente de recepción.
Una vez organizado, el presidente continuó con sus hábitos cotidianos, adaptándolos a las nuevas circunstancias: después de sus ejercicios matutinos, tomaba el desayuno con sus hijos o su esposa en la residencia principal o en la antigua casa (conocida como Casa Lázaro Cárdenas, donde tenía sus oficinas) acompañado por algunos de sus colaboradores. Sólo desayunaba fuera cuando tenía algún compromiso oficial.
Cuando el presidente comía en Los Pinos, lo que sucedía unas dos veces por semana, además de los sábados y domingos, la primera dama gustaba encargarse ella misma de preparar los alimentos. Aunque desde muy joven aprendió los elementos básicos de la cocina con su madre, tomó clases y se volvió bastante diestra, sobre todo en el área de la pastelería. Aunado a sus habilidades, tenía dos elementos a su favor: una hortaliza que se plantó en uno de los jardines de la residencia oficial, en la que se cultivaban zanahorias, espinacas, rábanos, lechugas, coliflor y todo tipo de hierbas, como perejil, epazote, cilantro, hierbabuena y manzanilla; a su lado se instaló también un gallinero, que les proveía de huevos frescos todos los días.


Carlos Salinas de Gortari (1988-1994)
Los Salinas se mudaron a Los Pinos casi dos meses después de la toma de posesión. Los detalles de su vida familiar, entre éstos sus costumbres gastronómicas, se encuentran cubiertos a la fecha por un velo de, por decir lo menos, discreción: su calidad de innombrable parece cubrir su vida privada de un halo de misterio y chismes no confirmados.
Lo que se sabe es que siempre gustó practicar deportes, en especial el tenis y el atletismo, último que practicó como competidor durante su juventud. Este gusto se convirtió en una directriz política, ya que durante su sexenio intentó apoyar en distintos niveles al deporte y a los deportistas, muchos de los cuáles convivieron con él durante visitas a Los Pinos. Sin embargo, en julio de 1989 los papeles se invirtieron: el presidente y sus hijos fueron los invitados a la mesa en el hogar de Hugo Sánchez, entonces recién desempacado de sus triunfos en España. El menú, preparado por la señora Sánchez, se componía de: consomé de ostión, mousse de caviar y, para escoger, mixiote de mariscos, mixiote de pollo, tinga poblana y cochinita pibil, platillo elegido por el presidente. Como postre sirvieron tartas de chabacano y de ciruela, mousse de guayaba y gelatina.
El presidente también gustaba combinar su gusto por el deporte con su afición por la buena mesa y los platillos mexicanos cuando, en el poco tiempo libre del que disponía, organizaba salidas a correr con sus hijos, con quienes más tarde comía.

Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000)
Se cuenta que el presidente Zedillo no era muy afecto a abandonar Los Pinos, sitio al que muchos consideraban su bunker. De hecho, tanto le molestaba y tan peligrosa le parecía la exposición pública que canceló sus apariciones en el balcón de Palacio Nacional para el desfile del 1º de mayo, y sólo asistía a las celebraciones del grito del 16 de septiembre durante los festejos de la Independencia. Una de las razones que, según algunos, explica esta precaución es el pequeño atentado que sufrió el presidente De la Madrid durante una de estas ceremonias. Otra razón para evitar salir, en lo posible, de Los Pinos podría ser la presencia constante de su chef de cabecera, el francés Frédéric Léjars, quien atendió la mesa de los Zedillo durante casi todo el sexenio, y continuó en su puesto al principio del mandato de Vicente Fox.
Léjars se convirtió en un elemento vital en la vida de los Zedillo y por esto mismo ha comentado en distintas entrevistas que su trabajo en Los Pinos fue todo un reto: no sólo se hacía cargo de la alimentación del presidente y su familia, sino que también servía los banquetes oficiales, tanto los celebrados en México como en el extranjero, cuando se organizaba algún viaje oficial. Él era el encargado de diseñar, autorizar y mandar elaborar los menús para todas estas ocasiones, lo que si bien le otorgaba una gran libertad creativa, también le significaba un gran esfuerzo.
Entre los platillos que Lejars preparó con mayor frecuencia a Zedillo, se encontraba el pescado fresco, en muchas ocasiones recién atrapado por el mismo presidente en alguno de sus múltiples viajes al Caribe mexicano, donde practicaba diversos deportes acuáticos y donde no faltaba, entre los miembros de su equipo, su indispensable chef.

Vicente Fox Quesada (2000-2006)
El matrimonio Fox decidió no habitar la casa principal de Los Pinos, en la que se instalaron siete de los últimos ocho presidentes, sino que se mudaron a una de las cabañas ubicadas en los jardines, construidas por Echeverría y acondicionadas por López Portillo. La mesa de su hogar temporal, ha sido servida por tres chefs distintos, que han laborado de planta: Frédéric Lejars, herencia del sexenio anterior; José Bossuet Martínez, joven chef chiapaneco que laboró para el presidente por algunos meses entre 2001 y 2002; y desde entonces a la fecha, el francés Yann Gallon, quien se ha declarado en varias ocasiones “entusiasmado por los sabores e ingredientes de México”, mismos que utiliza para dar un toque personal a sus platos.
El presidente Fox es especialmente afecto a la comida mexicana. Sus platillos favoritos son los chiles toreados, la cochinita pibil, el huachinango a la veracruzana, la arrachera, los gusanos de maguey, las tostadas de cueritos, los frijoles y las tortillas recién hechas; odia los alimentos rellenos. Su esposa, en cambio, acostumbra una dieta más ligera y gusta del pescado asado y las verduras, sobre todo crudas, y es afecta a las aventuras culinarias. En cuanto a vinos, ambos gustan de los tintos Cabernet Sauvignon y los blancos Chardonnay; ella prefiere los vinos nacionales como Casa Madero, él los españoles. Algunos de los platillos que la primera dama prepara a su esposo son: sopa de tortilla, canelones rellenos de espinaca y aguacate, crema de alcachofa, pastel de café y las que han denominado “pechugas presidente” (horneadas en una salsa de cebolla, mostaza y crema).
En cuanto a los banquetes oficiales, éstos han sido servidos en su mayoría por Banquetes Mayita, empresa que se ha mantenido en el gusto de los mandatarios mexicanos desde su fundación en 1936, aunque también se ha recurrido a los servicios de Les Croissants y Ambrosía, empresas de Zaida González y Guillermo Ríos, respectivamente. Desde el inicio del presente sexenio se han ofrecido distintas cenas de Estado en ocasión de la visita de mandatarios y representantes extranjeros. Algunos de los menús servidos en esas ocasiones son los siguientes: en honor de Pakistán: fondos de alcachofa rellenos de cabuches a la vinagreta, pescado Xóchitl con chile ancho relleno de frijoles y queso, y helado de cajeta con mueganitos; Japón: sopa de hongos a la mexicana, filete a los tres chiles y nieve de manzana verde; Alemania: sopa de flor de calabaza en calabaza, filete de robalo empapelado en tamarindo y cassatta de mango, mamey y maracuyá; Suecia: sopa de morilla y hongos silvestres al tequila, pechuga de pollo envueltas en phillo con queso de cabra al chipotle, cilindro de caramelo con plátanos y helado de vainilla; y Rusia: hongos Porto Bello a la plancha, pescado el dorado en hoja Santa, y merengue con mango. Durante la Cumbre de Monterrey, Nuevo León, celebrada en marzo de 2002, se sirvieron dos grandes banquetes: una comida que consistió en corazones de alcachofa con langosta a la vinagreta de mango, filete de res en salsa de mostaza con esencia de chile ancho y pastel de almendras; y una cena en la que se degustó crema de morillas, dorado en hoja santa y rosca de higos, acompañados por platos de frutas y quesos.

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Versión larga del texto publicado originalmente en: Día Siete, no. 252 (15 mayo 2005), pp. 67-71.